lunes, 1 de mayo de 2017

mayos

No hace siquiera unas semanas que me mandaron un video. Ingenioso, voluntariamente naïf, desenfadado, que buscaba promocionar el comercio local. Déjate los cuartos aquí, era el ritornello de la canción y su estribillo. Y el objetivo confeso de la iniciativa. La estrella, y sin tener ni siquiera que mejorar lo presente, la Lupi. Hija de Lupicinio -y sobrina por tanto de aquel José molinero y madridista- y mujer de Santos, que en paz descanse.
A mi, desde luego, no me ha extrañado, que la recuerdo bien a la Lupi de alguna noche de mayos, y no hay mujer más alegre y bien dispuesta para zambras y alboroques. Ni tampoco la hay más trabajadora, no vayamos a confundirnos. Y si no la hay en mujer, en hombre sí: Santos, su marido, hombre bueno y socarrón, divertido, sosegado. Con su violín y la guitara de Salvador, y Nemesio al acordeón, formaban una cuadrilla que se bastaba sola para cantarle los mayos a las mozas, más jóvenes o más mayores, tanto da, en esa noche de abril donde tenías licencia para desafinar y hasta para trabucarte en las letras, que tanto daba, de abril, si cumplido o florido. El caso era de alegraros mozas, que mayo ha venido.
Casi siempre se añadía Demetrio padre a la cuadrilla, que también le iba la juerga, y cantaba con aires de emoción, y casi siempre de falsete pero con mucha dedicación y entrega, como si aquello fuera oficio, y no diversión. Y a veces, aunque menos, Virgilio se atrevía a llevar el ritmo con su percusión especial de alpargata y bote. Farándula al completo a la que se arrimaba algún pariente, más bien por hacer bulto y pasar el rato, como yo. También vino un año la tía Emilia.
Y así de casa en casa y de zurra en zurra -en algunas con su puñado de alcahuetes- y cada vez con más licencia para que Santos se apañara con dos o tres notas, que falta no le hacían más. Pero la que sobresalía era la Lupi, sin desentonar en lo que duraba la ronda por aquellas casas de fachadas de blanco inmaculado en las que, de cuando en cuando, brotaban unos tiestos de factura más bien tosca dibujados a brochazos, azules del azulete que los quintos le habían quitado a sus madres. Y más de una madre agarró más de un sofoco, por el tiesto pintado sí, que no por el azulete, y se le empezaba a atragantar en el galillo el pretendiente de su hija, tan pinturero, que aunque le dieras otra mano de cal, o dos, no acababa de desaparecer del todo el espantajo. Y para pretender no hace falta arruinar el blanqueao. ¡Si será tiparraco!
Yo, madridista convencido por parte de aquella Telefunken de pantalla redonda y gris, nunca fui quinto. Tampoco falangista, a ver qué vais a pensar. Ni pretendí, sin edad para aquello. Cuando la tuve, fue ya otra historia, y no fui a la mili. Tampoco tuve novia, según mi madre, que se enteró de aquello el día que dije que me iba a casar.
Entonces, y mientras hubo mili, los mozos se libraban por ser hijos de viuda o cortos de talla, por tener los pies planos o ser estrechos de pecho y cosas parecidas. También podían salir excedentes de cupo en el sorteo. Mi padre se libró porque era el único varón de la casa y, se supone, el sustento de su padre y una hermana soltera, los dos a su cargo. Lo mio fue por la vista, y me declararon, para disgusto de mi madre, inútil total. Como a Maxi, que lo operaron de desprendimiento de retina. Julio, el pequeño, fue objetor, de aquellos que se decían de conciencia. Así que, en mi familia, jurar, lo que se dice jurar, ni la bandera.
No fui quinto, pero digo yo que tendré quinta. Lo digo porque recibió mi hermano el otro día una carta convidándole a una misa y una cena con karaoke después por ser de uno de los de su quinta. Y ya he dicho que se libró, como yo, aunque a él ya no le dijeron por escrito lo de inútil. Y el convite, de pago, como es de razón. Para mí que no va a ir.
Para afición, la de Pepe, que ni loco se pierde unos mayos, y se pasa la noche entera tocando y cantando y bebiendo -y comiendo, que donde vaya Pepe Valverde no ha de faltar- en los de Villanueva de los Infantes. Que son unos mayos diferentes, con una entonación y unas letras no muy al uso. Y que se engalanan con las cruces.
Estas tierras nuestras son muy de celebrarlos, y en Pedro Muñoz sin ir más lejos se celebra con éxito la fiesta del Mayo manchego, que no sé por qué se quiere ahora nacionalizar. Y hasta La Almarcha me llegué un día, de la mano de Parrilla, porque unos alumnos míos del Tirso que tenían un grupo folk recogían letras perdidas por los pueblos. De mayo también las flores, a porfía. 
Y el Primero de Mayo.

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