No
hace siquiera unas semanas que me mandaron un video. Ingenioso,
voluntariamente naïf, desenfadado, que buscaba promocionar el
comercio local. Déjate los cuartos aquí, era el ritornello de la
canción y su estribillo. Y el objetivo confeso de la iniciativa. La
estrella, y sin tener ni siquiera que mejorar lo presente, la Lupi.
Hija de Lupicinio -y sobrina por tanto de aquel José molinero y
madridista- y mujer de Santos, que en paz descanse.
A
mi, desde luego, no me ha extrañado, que la recuerdo bien a la Lupi
de alguna noche de mayos, y no hay mujer más alegre y bien dispuesta
para zambras y alboroques. Ni tampoco la hay más trabajadora, no
vayamos a confundirnos. Y si no la hay en mujer, en hombre sí:
Santos, su marido, hombre bueno y socarrón, divertido, sosegado. Con
su violín y la guitara de Salvador, y Nemesio al acordeón, formaban
una cuadrilla que se bastaba sola para cantarle los mayos a las
mozas, más jóvenes o más mayores, tanto da, en esa noche de abril
donde tenías licencia para desafinar y hasta para trabucarte en las
letras, que tanto daba, de abril, si cumplido o florido. El caso
era de alegraros mozas, que mayo ha venido.
Casi
siempre se añadía Demetrio padre a la cuadrilla, que también le
iba la juerga, y cantaba con aires de emoción, y casi siempre de
falsete pero con mucha dedicación y entrega, como si aquello fuera
oficio, y no diversión. Y a veces, aunque menos, Virgilio se atrevía
a llevar el ritmo con su percusión especial de alpargata y bote.
Farándula al completo a la que se arrimaba algún pariente, más
bien por hacer bulto y pasar el rato, como yo. También vino un año
la tía Emilia.
Y
así de casa en casa y de zurra en zurra -en algunas con su puñado
de alcahuetes- y cada vez con más licencia para que Santos se
apañara con dos o tres notas, que falta no le hacían más. Pero la
que sobresalía era la Lupi, sin desentonar en lo que duraba la ronda
por aquellas casas de fachadas de blanco inmaculado en las que, de
cuando en cuando, brotaban unos tiestos de factura más bien tosca
dibujados a brochazos, azules del azulete que los quintos le habían
quitado a sus madres. Y más de una madre agarró más de un sofoco,
por el tiesto pintado sí, que no por el azulete, y se le empezaba a
atragantar en el galillo el pretendiente de su hija, tan pinturero,
que aunque le dieras otra mano de cal, o dos, no acababa de
desaparecer del todo el espantajo. Y para pretender no hace falta
arruinar el blanqueao. ¡Si será tiparraco!
Yo,
madridista convencido por parte de aquella Telefunken de pantalla
redonda y gris, nunca fui quinto. Tampoco falangista, a ver qué vais
a pensar. Ni pretendí, sin edad para aquello. Cuando la tuve, fue ya
otra historia, y no fui a la mili. Tampoco tuve novia, según mi
madre, que se enteró de aquello el día que dije que me iba a casar.
Entonces,
y mientras hubo mili, los mozos se libraban por ser hijos de viuda o
cortos de talla, por tener los pies planos o ser estrechos de pecho y
cosas parecidas. También podían salir excedentes de cupo en el
sorteo. Mi padre se libró porque era el único varón de la casa y,
se supone, el sustento de su padre y una hermana soltera, los dos a
su cargo. Lo mio fue por la vista, y me declararon, para disgusto de
mi madre, inútil total. Como a Maxi, que lo operaron de
desprendimiento de retina. Julio, el pequeño, fue objetor, de
aquellos que se decían de conciencia. Así que, en mi familia,
jurar, lo que se dice jurar, ni la bandera.
No
fui quinto, pero digo yo que tendré quinta. Lo digo porque recibió
mi hermano el otro día una carta convidándole a una misa y una cena
con karaoke después por ser de uno de los de su quinta. Y ya he
dicho que se libró, como yo, aunque a él ya no le dijeron por
escrito lo de inútil. Y el convite, de pago, como es de razón. Para
mí que no va a ir.
Para
afición, la de Pepe, que ni loco se pierde unos mayos, y se pasa la
noche entera tocando y cantando y bebiendo -y comiendo, que donde
vaya Pepe Valverde no ha de faltar- en los de Villanueva de los
Infantes. Que son unos mayos diferentes, con una entonación y unas
letras no muy al uso. Y que se engalanan con las cruces.
Estas
tierras nuestras son muy de celebrarlos, y en Pedro Muñoz sin ir más
lejos se celebra con éxito la fiesta del Mayo manchego, que no sé por qué se quiere ahora nacionalizar. Y hasta La
Almarcha me llegué un día, de la mano de Parrilla, porque unos
alumnos míos del Tirso que tenían un grupo folk recogían letras
perdidas por los pueblos. De mayo también las flores, a porfía.
Y
el Primero de Mayo.
Qué bien escribe usted.
ResponderEliminarY viniendo de usted, más que un halago, un honor. Gracias.
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