viernes, 17 de febrero de 2017

valor y precio

El valor de una sentencia


Que nadie se llame a engaño. No escribo para defender a EQUO ni para justificar su voto, que ellos ya sabrán lo que hacen y cómo rinden cuentas ante sus votantes y los vecinos.
Escribo porque estoy avergonzado de que mis compañeros de partido no hayan apoyado con su acción y con su voto la petición de una trabajadora municipal de que se le reconozcan y apliquen derechos que le han sido ya reconocidos en una sentencia judicial firme.
Escribo porque me indigna que un equipo de gobierno municipal que se apellida socialista se afane en buscar culpables y achacar responsabilidades a terceros sin asumir la suya propia. Que no es otra que la de acatar, y ejecutar sin demora, esa sentencia. Y aplicar, como se debe hacer en democracia, los acuerdos de un Pleno aprobados por mayoría. Aunque no gusten, o incomoden. Y sin subterfugios.
Escribo porque vengo de asistir a un acto de recuerdo y homenaje a los abogados laboralistas asesinados en aquel despacho de la madrileña calle de Atocha cuando se cumplen ahora los cuarenta años de aquella infamia.
La defensa de los trabajadores -y la exigencia de que les sean reconocidos todos sus derechos, incluidos los salariales- está en el ADN de la izquierda sin apellidos. De la izquierda política, y de la sindical, de lo que antaño conocíamos como movimiento obrero, que en esa defensa tiene su origen y nacimiento. Y si le queremos poner apellidos, el de socialista fue el primero.
Y es verdad que, siendo un Ayuntamiento también empleador, está obligado igualmente a defender el interés de todos los vecinos ante reclamaciones laborales que puedan ser desmesuradas o impropias. Y si eso sucede y no se da el acuerdo en la negociación, es lo suyo acudir a los tribunales.
Pero no es este el caso, porque la cuestión a la que me refiero, esa que dicen que tiene atascados los Presupuestos y que viene de los tiempos de aquel gobierno infausto que fue el de la coalición PP+CxA, ha sido juzgada y fallada, y la sentencia es firme y sin posible recurso. Una sentencia que, no por casualidad, le quitó la razón a aquel infausto gobierno y reconoció como buenos los argumentos de UGT, a los que en su momento se adhirió también CC.OO.
No voy a entrar en otros detalles, y no porque no sean cuanto menos llamativos, pero hay saber más que suficiente en la Corporación y entre sus técnicos como para no ignorar que no cabe negociar lo que ya ha sido sentenciado -y más si lo reclaman los afectados- salvo el modo mejor para su cumplimiento, y que cada día que pase más grande será el coste para el Ayuntamiento. Un coste económico, y también social y político para el partido en que el gobierno se sustenta, que no pagarán los concejales y la alcaldesa sino todos los ciudadanos.
Me consta además, por experiencia propia, que de esos técnicos los hay, y muy competentes, y saben perfectamente cómo cuadrar unos Presupuestos para que se aprueben sin déficit inicial, como exige la ley.
En fin, que en tiempos como los que vivimos, en que las más de las veces la esperanza de reconocimiento y reparación se reduce al buen oficio de los buenos jueces, y en especial los de los Juzgados de lo Social, mal favor a la causa del socialismo es el buscarle las vueltas al cumplimiento diligente de sus sentencias. Y en un momento de ofensiva descarada de las derechas y los poderes económicos contra los trabajadores y sus organizaciones sindicales, peor aún.
Porque por alto que sea el precio de aplicar una sentencia, es infinitamente mayor su valor, que en muchas ocasiones es el respeto mismo a la dignidad del trabajo y de los trabajadores y las trabajadoras. Y como no encuentro razones donde no las puede haber, y sabiendo que, de recibir algo, no serán precisamente explicaciones, levanto la voz y escribo.
Cuando esto escribo no hace ni siquiera dos horas que he vuelto a oír al único superviviente ya de aquellos asesinatos de enero de 1977. Acaba siempre sus intervenciones diciéndonos, con el poeta, que 'si el eco de su voz se debilita, pereceremos'. Pues bien: yo no quiero que el de la mía se anquilose hasta ser solo silencio. Ni contribuir callando al deterioro de la política y al descrédito creciente del partido en el que milito.
Quizás todavía sea tiempo para compartir con mis compañeros de partido ahora en las tareas de gobierno municipal que el único rodeo que no admite el socialismo es el que nos lleva directamente a hacer nuestros los comportamientos de la derecha. Y no precisamente los mejores.

jueves, 16 de febrero de 2017

abrazo

Llegará el día en que Paula, mi hija, tendrá que mirar entre mis papeles, hurgar en ese revoltijo que, quieras que no, es parte sustancial de mi memoria, porque por más vueltas que le demos a las cosas, es en los papeles donde se guarda la vida.
Y cuando llegue el día encontrará, bien protegido, un calendario, plegable a modo de tríptico, que es la silueta recortada de las figuras de El abrazo, el cuadro de Genovés que simboliza como ninguno la reconciliación, esa aspiración que, de ser inicialmente una consigna del viejo PCE pasó a constituir una pasión común de los españoles que querían mirar al futuro libres y en democracia.
Lo editó precisamente el PCE, sin siglas -claro está- ni distintivos, como medio para recaudar fondos para los presos y obtener recursos para las campañas por la amnistía, ilegal por entonces el Partido y empezando a asomar la cabeza cada vez más públicamente. Iniciando por entonces la cuenta atrás para quitarse definitivamente el manto de la clandestinidad.
Y digo esto porque ayer me llegué hasta Madrid para asistir al homenaje a los abogados laboralistas ahora que se cumplen 40 años del asesinato de aquellos -entonces camaradas- que se encontraban en el despacho de Atocha, 55. Un viaje que lo era también a mi pasado, a aquella noche triste que dedicamos a localizar a los que estaban más expuestos para, si era el caso, procurarles un refugio seguro.
Y fue también el homenaje a Juan Genovés, el pintor. Y el reencuentro con muchos, con muchas, incluidos algunos con los que mantengo intacto, diferencias aparte, el hilo del afecto. El abrazo de Juana, tantos años sin vernos, fue quizás el más entrañable de la noche.
Enrique Lillo, el abogado laboralista más citado en la literatura que hace al caso y el más modesto y natural de los que conozco, hizo un buen discurso, yo diría que el mejor. Sin retóricas, y al grano, señaló con lucidez los espacios -unos nuevos, viejos otros- todavía opacos y refractarios a la democracia en nuestra España de hoy. Para, hoy como ayer, recordarnos la obligación de pelear con inteligencia por derrotarlos y desterrarlos.
Como hicieron, cuarenta años ya, aquellos que no queremos que sean solo historia. Los que son ejemplo de que la democracia no resultó de un pacto escondido en los despachos sino del empuje de los trabajadores con sentido de clase.
A la vuelta, ya en el tren, me vino a la memoria una sentencia y un enredo al que llevo dando vueltas hace semanas. Y me puse a escribir.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...