miércoles, 11 de enero de 2017

angelina

En la Feria del libro de Madrid me dijeron este verano los amigos que Angelina había estado un poco malita. Que ya estaba mejor. Hoy, hojeando al azar un periódico de ayer, me he encontrado con su nombre en la página indebida. 'El pasado sábado fallecía la poeta Angelina Gatell.' Aunque era, no era la información que esperaba de Manuel Rico, más presente -por fortuna- en las páginas de cultura que en la de obituarios, donde la situaba el periódico en su edición en papel.
Digo yo que a este paso tendré que dejar también de hojear los periódicos. Después de darle el pésame a Eduardo.

MEMORIA

Hace ya tanto tiempo de todo. Tanto tiempo…
Tengo miedo a perderme entre los días
y no saber volver.
                           Si así ocurriera,
¿qué sería de mí, de ti, de todo
lo que hemos vivido?
¿Quién estaría
aquí para contarlo?

Dadme la mano.
Dadme, por favor vuestra mano.
Y escuchad lo que os digo:
                          Hubo una guerra
y no supe sobrevivir.
Morí. A diario muero.
Hasta que muera seguiré muriendo
de la ignominia aquella.

(Angelina Gatell, Poemas últimos, en En soledad, con ella (Antología 1948-2015), Bartleby, 2015)





martes, 10 de enero de 2017

con blas


Si hoy trajera aquí alguna cita, aunque fuera sin foto, de Zygmunt Bauman -recién ayer fallecido- este cuaderno sin tinta se iría haciendo más y más obituario, visto el cariz del año apenas estrenado. Bauman, apóstol de ´lo líquido`, entró en mis lecturas en aquellos años que creímos terminales del franquismo con sus Fundamentos de sociología marxista, traducidos a partir de la edición italiana y publicados aquí por Alberto Corazón. Por aquel tiempo, y queriendo desterrar toda ortodoxia, llegaron también Adam Schaff y Agnes Heller.

Hoy son tiempos idos que vuelven, no ya solo por la necrológica sino en forma de regalo por la suma de los años. Que esta vez no es sino el acierto de Maxi en ofrecerme la lectura de esas Historias fingidas y verdaderas que escribió Blas de Otero (en La Habana, dice en el prólogo Caballero Bonald que se compuso este libro inextinguible y hermoso en el que su autor alcanza una maestría verbal incontestable) y han publicado en un pequeño estuche con también la traducción al euskera las Ediciones El Gallo de Oro. Cosas del centenario. Sabina de la Cruz, mujer de Blas, hace una muy sucinta presentación.
Sabina fue profesora de euskera, y Paloma alumna suya. Con ella -con Sabina- y con un puñado de sabios e ilustres a cuya altura nunca llegaré, milité unos años en aquella Agrupación de profesores de Universidad del PCE. A alguna de nuestras reuniones unió Blas de Otero su presencia serena y, para mi, tan humilde como imponente.
A Blas, que murió en el verano de 1979, le hicimos un homenaje en las Ventas. Mientras allí se decían versos y se cantaban canciones, los sandinistas de entonces entraban en Managua.


DEL PELIGROSO MANDO

Esta es la cuestión: escribir libre, fluida y espontáneamente: al menos, en apariencia. Si hace falta, escribir con frescura, como el regato, la brisa y, desde luego, sin una idea preconcebida. Como una película de la Keystone: sin guión y con ganas de trabajar, entrevistarme, sorprender. Escribir hasta caer rendidos, y cuando lo lean se sientan ágiles, un poco emocionados, plenos. El quid, el intríngulis también se dice, está en dar a los demás lo que uno necesita; ser pródigo por naturaleza, no por arte ni magia. Las palabras me obedecen pues soy ciego y ellas me llevan; tiro de ellas con la punta de la pluma, o les suelto la correa: de pronto, se vuelven y me miran. Caminamos al azar, esto es lo que parece, pero la cuestión es llegar rápidamente al final, al fondo, sin andarse por las ramas como la brisa, aun sintiendo su atento roce y el brutal ruido del mundo.

(Blas de Otero, en Historias fingidas y verdaderas, El Gallo de Oro, 2016, edición bilingüe)

sábado, 7 de enero de 2017

tiempo


(…)
Tengo, a causa de mi deformación como historiador, una sensibilidad especial para las fechas y la progresión ordenada del tiempo. La gran incógnita, la pregunta que me acompaña estas semanas dedicadas a transcribir mis cuadernos, a dictar mis diarios y pasarlos, como se dice, en limpio, fue ver en qué momento la vida personal se cruzó o fue interceptada por la política, por ejemplo, en estos siete años a los que estoy dedicado ahora, sin cesar, exclusivamente interesado en saber cómo había vivido yo, entre 1968 y 1975, mi pobre vida de joven aspirante a, digamos así, escritor, a ser un escritor, porque no lo era en sentido pleno -porque uno es algo, llega a ser algo más o menos definido después de muerto-, yo había publicado ya un libro de cuentos, La invasión, bastante decente, le digo ahora, sobre todo comparado con los libros de cuentos que se publicaron en aquel tiempo, de modo que era sólo un joven aspirante a escritor y ahora, al leer los diarios de esos siete años, la pregunta que me ha surgido, casi como una idea fija que no me deja pensar en otra cosa, es qué es personal y qué es histórico en la vida de un individuo cualquiera, le decía Renzi aquella tarde al barman uruguayo de El Cervatillo, mientras tomaba una copa de vino en la barra del bar.

(Ricardo Piglia, Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices, Anagrama, 2016, págs. 12-13)

martes, 3 de enero de 2017

de sus fatigas


‘(…)  Fue segando la avena en la ladera que mira a Lapraz un día de agosto de 1914, cuando la familia Cabrol oyó repicar las campanas de la iglesia abajo en el valle.
         Ha empezado la guerra, dijo Marius.
         Ya han dado comienzo a la masacre del mundo, dijo La Mélanie.
       Por lo general, las mujeres conocen mejor que los hombres las dimensiones de las catástrofes. El alcalde distribuyó las cartillas a los movilizados. Todos los llamados a filas parecían contentos. Nunca en la vida volverían a llenarse los cafés del pueblo como la noche antes de su partida. Marius, que era bastante mayor que el resto -tenía treinta y ocho años- estaba inquieto. Evitó entrar en los cafés y pasó la velada en casa, dando instrucciones a Émile de lo que tenia que hacer antes de que llegaran las nieves; para entonces él ya estaría de vuelta y la guerra habría terminado.
        La banda tocó acompañando a los hombres que desfilaban por la carretera que baja hasta el llano siguiendo el curso del río. Era más pequeña de lo normal, pues la mitad de los músicos se encontraban entre los soldados que partían. Yo había entrado en la banda el año anterior y era el tambor más joven.
        Marius no volvió con las primeras nieves, ni para el Año Nuevo, ni antes de la primavera. Había empezado el tiempo interminable de la guerra. Cambiaban las estaciones, pasaban los años, y nuestras vidas, a excepción de las de los niños más pequeños, que no recordaban nada más, quedaron en suspenso. A principios de 1916 nos movilizaron a Émile y a mí. No quedó en el pueblo un varón que no fuera o niño o anciano. No se oían voces masculinas plenas. Los caballos se acostumbraron a las órdenes de las mujeres.’

(John Berger, Puerca tierra, trad. de Pilar Vázquez, Alfaguara, 1989, pp. 155-156)
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