domingo, 5 de junio de 2016

eladio


En unas horas daremos un adiós emocionado y triste a Eladio. Mis últimos besos, mi abrazo último, los recibió poco antes de que la enfermedad lo venciera definitivamente: Bene, su hija, que ha heredado la belleza serena y profunda de su madre y, con el nombre, la afable belleza de su abuela, accedió a dárselos por mi.
Eladio entró en mi vida antes de yo nacer, y mi madre -que también de él lo fue a su manera- y la suya hicieron planes para nosotros que me convertirían en padrino de su boda con Quica, apenas yo si adolescente, aupado a un taburete para la foto. Recuerdo de aquel paseo interminable hasta la iglesia, la timidez por igual de novia y de padrino.
Eladio había sido ya mi primer libro de francés, alumno él del madrileño colegio -un mito entonces- de La Paloma.
Eladio había sido ya el futbolista capaz de llevar desde La Puebla de Almoradiel a Villaverde -¿o eran los Carabancheles?- en su moto, mañanas de domingo, a un niño que se sentía así tan importante, tan cerca del olor a sudor y linimento de aquellos vestuarios del campo del Gas, terroso y vibrante.
Eladio me acompañó en todas mis alegrías, en mi crecimiento personal y profesional. Y estuvo allí, sin faltar, en la mayor de mis tristezas.
Eladio respetó mi desacuerdo de cuando no era la misma nuestra trinchera, aunque fuera el mismo nuestro sueño.
Eladio fue el buen profesional, experto de la precisión, artesano del torno aunque mecánico.
Eladio fue apasionado hasta la terquedad de su Madrid, el Real por el que podía llegar a ser desabrido y hasta descortés.
Eladio, el chico que creció con muchos padres por la lejanía del propio, es el padre orgulloso que me regaló el cariño a sus hijos, a sus hijas. Se va él, y en ellos se queda con nosotros para siempre. En ellos, y en los ojos entristecidos de Julia.
En la mirada honda de Quica, que encontrará la de Eladio en la de sus nietas y sus nietos.
En unas horas despediré a Eladio. Estarán conmigo mis hermanos y mis padres. Mi madre, que es también la suya hoy, como ayer, lo vivirá como un nuevo desgarro de su carne.
Y yo, ¿sabré decirte adiós queriendo decirte que te quedes?
Como Vicente Enrique, tu hijo y mi ahijado, hace un momento, te deseo que la tierra te sea leve. 
Eladio amigo, hermano, compañero.

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