jueves, 31 de marzo de 2016

sin destino

     '(...) Aquella mañana del interrogatorio en el cuartel nos habían advertido que no tratáramoa de esconder nuestros crímenes y pecados, nuestro oro, dinero u objetos de valor. Yo también, al llegar frente al escritorio, tuve que entregarles lo que llevaba, el dinero, el reloj, la navaja, todo. Un guardia corpulento me cacheó, con movimientos rápidos y expertos, desde la axila hasta donde me cubrían mis pantalones cortos.'
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     '(...) A los que se quejaban por la falta de espacio, se les recordaba que en los trenes siguientes los vagones irían cargados con ochenta personas. En el fondo, y pensándolo bien, yo había estado en lugares todavía más pequeños: en las cuadras del cuartel de la Guardia Armada, por ejemplo, donde el único remedio para la falta de espacio había sido sentarnos todos en el suelo, acurrucados. En el tren estábamos más cómodos. También nos podíamos poner de pie e incluso dar unos pasos en dirección del cubo que se encontraba en la parte posterior del vagón. Al principio, decidimos utilizarlo lo menos posible y sólo para orinar. (...)'
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     '(...) Creo que no había nada peor, nada más agotador que los esfuerzos y las cargas que había que soportar al llegar a un nuevo campo de concentración. Así pude comprobarlo en Auschwitz, en Buchenwald y en Zeitz. Por otra parte, me di cuenta de que había llegado a un campo de concetración pequeño, pobre, alejado y provinciano, por decirlo de alguna manera. No había duchas, ni siquiera crematorio, al parecer éste sólo se encuentra en los campos más importantes. (...)'
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'(...) No me molestaban ni el frio ni la humedad, ni el viento ni la lluvia: simplemente no me llegaban, ni siquiera los sentía. Desapareció hasta el hambre, me seguía llevando a la boca todo lo que encontraba, todo lo que fuera comestible, sin prestar atención, como por costumbre y de manera mecánica. En el trabajo no cuidaba ya ni de las apariencias. Si tenían algún inconveniente, lo más que podían hacer era pegarme, y con eso tampoco me hacían mayor daño, sólo me hacían ganar tiempo, puesto que con el primer golpe me acostaba en el suelo y ya no sentía los otros porque me quedaba dormido.'
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'(...) en medio de aquel aire frío, punzante y húmedo, sentí el olor inconfundible de la sopa de zanahoria. Aquella visión y aquel olor me provocaron un sentimiento en el pecho entumecido que fue creciendo en oleadas y consiguió llenarme los ojos -completamente secos- de lágrimas. No servían ni la reflexión, ni la lógica ni la deliberación, no servía la fría razón. En mi interior identifiqué un ligero deseo que acepté con vergüenza -porque aun siendo absurdo, era muy persistente-, el deseo de seguir viviendo, por otro ratito más, en este campo de concentración tan hermoso.'
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'(...) Regresé a casa más o menos en la misma época del año en que me había ido. Los bosques y prados que rodeaban Buchenwald estaban verdes. Había hierba hasta en las fosas comunes llenas de cadáveres recientes, y en la plaza abandonada de los recuentos vespertinos, la llamada Appellplatz, había restos de fogatas, trapos, papeles y latas de conservas vacías. El asfalto se deshacía bajo el calor de mediados de verano, cuando me preguntaron si me sentía capaz de hacer el viaje de regreso. (...)'
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'(...) si existe la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros somos nuestro propio destino (...).'
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'(...) allí estaba yo, aceptando cualquier argumento con tal de poder seguir viviendo. Miré alrededor en aquella plaza pacífica, ya crepuscular, por las calles atormentadas pero llenas de promesas, y sentí cómo crecían y se juntaban en mí las ganas de continuar con mi vida, aunque pareciera imposible. Mi madre me estaría esperando y seguramente se pondría muy contenta de verme, la pobre. (...)'

(Imre Kertész, Sin destino. Círculo de Lectores, 2002. Traducción de Judith Xantus Fzarvas)



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