martes, 16 de septiembre de 2014

notas

Más claro, agua. Que hay invitaciones que podrían dejar un resquicio para la duda, pero no hay duda de que en esta no cabe duda alguna. ¿Para qué un moleskine tan castizo, si me permitís la expresión, si no es para ir llenándolo de palabras?
Me llega desde la más original de las editoriales con el encargo implícito de que quede repleto de notas. De esas, quizás, que voy escribiendo en mi cabeza, perezosas la escritura y la mano en estos días de inicio y fin de cursos, de ir y venir de ideas y de propósitos que quedarán -muchos- por cumplir.

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Porque escribir, escribo. Ya lo creo que escribo. Más, es verdad, de filosofías escolares y papeles electrónicos (!) y alguna que otra nota al vuelo que propician los dislates 'políticos' de los que deberían serme los más cercanos, que de lo que más me gusta... De eso que debe escribirse a mano.

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Entre esos escritos que en estos días preparo o recupero (de cuando entonces me quedan muy pocos, echados al olvido y al contenedor del reciclaje en aquellos otros días del dolor y la pena) vuelve, terco, uno de Savater de un ya lejano 1984 que revivirá una vez más por mor de rememorar la mirada de aquellos maestros empeñados en descubrir la base del orden de un mundo en apariencia caótico en tiempos en que ver y pensar no distaban tanto como luego habría de suceder.
'(...) El río que me acoge no puede bañarme dos veces, no sólo porque las aguas que una vez me cubrieron ya habrán fluido muy lejos, sino porque aquel “yo mismo” que se introdujo en ellas en aquella ocasión se ha modificado o perdido tan irremisiblemente como la fresca onda que conoció...Así dice un fragmento del artículo que me servirá de texto para comentar, y que refleja cabalmente el estado de ánimo que acarreo en las últimas semanas.
Porque he vuelto, sí. Fue mi empeño más nítido desde que supe que se me negaba y pasé a la condición, tan nueva para mi, de en expectativa de destino. Pero no he vuelto al lugar aquel que me acogió en su día, que es y ya no es el mismo. No he sentido en estos días por sus pasillos el afanoso quehacer de Jesús, su prisa tranquila como un elemento siempre presente que le permitía hablar de aquel viaje a Italia a la vez que te señalaba la regadera ('ea, niño, que a este paso se nos van a marchitar todas las plantas') camino del jardín donde soñó con retirarse a cultivar los placeres de la amistad y la poesía.
Hoy he vuelto a dar clase, y la primera ha sido (¿hablamos del azar lo bastante?) en aquella Aula de Arte que lleva todavía su nombre, el de Jesús de Haro, pero 'reducida' desde hoy a la condición de aula de 2BF, privada de aquel sentido que quiso ser recuerdo y homenaje.
He vuelto, y yo creía que no habría pasado más tiempo que el tiempo de los días y de los años. Pero ha sido otro el tiempo, y no me reconozco ya en esas aguas que una vez me cubrieron, ahora tan lejos. He vuelto, pero quizás tampoco yo soy ya el mismo que, tantos años ya, preguntó un día, recién llegado, por la Dirección y me contestaron -y era muy joven, casi tanto como yo, la profesora aquella- que los exámenes del nocturno eran al día siguiente.

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Un texto de 1984, y un Congreso en 1988, si no me confunden el tiempo y la memoria. El que he recordado hoy mientras veía Quando c'era Berlinguer, ese magnífico documento que nos ha regalado W. Veltroni sobre un hombre que fue de la estirpe de aquellos a los que los dioses, tan olvidadizos, tocan un día y quedan señalados para siempre.
Casi al final, un Pietro Ingrao sobrecogedor -fijaos, si es que lo miráis, en sus manos- rememora el desfile interminable del cortejo del adiós a Enrico. El mismo Ingrao que, con Giorgio Napolitano, me invitó entonces a marcharme por un tiempo a Roma: 'seguro que a usted le interesaría conocer la Escuela del Partido'.
Berlinguer ya no estaba, muerto en 1984. Pero sí el Pci, que aún sobreviviría unos años. Pocos.

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Notas. Que aún no están escritas en su cuaderno. Pero que quieren agradecer el regalo de la promesa y la aventura en que consiste un mar de páginas (casi) en blanco.

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