jueves, 6 de marzo de 2014

villoro

He dejado que pase febrero, corto y algo loco, frío, y hasta dispuesto estuve a dejar que marzo fuera una página en blanco. Entre pereza y abulia, son de nuevo los meandros del azar -el otro nombre de la necesidad y de cuyos avatares quiero seguir dando fe- los que me arrancan y me mueven a escribir.
Movido, ergo motivado, por dos noticias que se cruzan en la mañana : la que me llega de la doliente Sinaloa y me descubre dos poemas de una mujer que se dice de piel oscura y yo descubro de verso claro, Carmen Villoro, y esa otra que, por los caminos inciertos de un twit en que me nombran, me anuncia la muerte del filófoso -de indigenista lo califican- Luis Villoro.
De don Luis, como le llamaba aquel Subcomandante insurgente de nombre Marcos, tenía yo referencias más bien superficiales, pero no así de Juan Villoro, habitual de la prensa española que leo y novelista. Ahora sé que son padre e hijo, y por el hijo descubro ahora del padre motivos para haberle tenido más en cuenta y en mayor consideración y estima. Aún es tiempo.
Pero es de Carmen, de quien descubro después el doble parentesco, la noticia primera que me llega hoy desde Culiacán. Poeta que conoce bien, por oficio, los entresijos del alma y sabe decir sencillo el poder luminoso y humilde del deseo. Que desvela la antigua afición del padre por los búhos, devoto al fin y al cabo de Minerva, y que escribe versos de belleza serena


(...)
Acerca con prudencia
toda tu voz, tus años, tu tibieza
y cuídame despacio


Tres Villoro y un mismo azar. Tan a tiempo. Tan necesario.

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