domingo, 21 de diciembre de 2014

20-D


Luz en el Tajo, ahora sin libros, y bayas en el parking. La niebla que abraza la ciudad, ocultándola de la mirada del viajero, protegiéndola quizas de la añoranza que todo lo transforma. Ayer más que un recuerdo, intenso y breve.
Amigos, y versos del amigo mi regalo. Cuidar la amistad. Preservar la vida.
Nada ya del 20-D.



 

El amor

Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.


(Luis García Montero, de Completamente viernes)

viernes, 12 de diciembre de 2014

homenaje

Ahora que tú no estás, a ver qué hacemos
para tener las calles vigiladas,
para sacar el arte de la nada,
la belleza creada de los restos

que te encuentras tirados por el suelo.
¿Y quién dará relevo a tus pisadas,
el largo laberinto hasta tu casa
por caminos torcidos, compañero?

¿Qué súbito pavor abrió la herida
para que así te fueras de repente?
¿Acaso sucumbiste a la delicia

embustera del beso de la muerte,
la que promete gloria y roba vidas,
la que promete paz y duelo ofrece?

(Paco Morata, Soneto para Gior)

martes, 2 de diciembre de 2014

gior



Nunca me ha costado tanto ponerme a escribir, ni nunca lo he necesitado tanto como hoy, como esta noche. Escribir como quien quiere echar fuera la desesperanza, contar la tristeza, ahuyentar la pena. Llamar a los que leen y decirles que lloren conmigo la muerte de Gior. La muerte del amigo que ha querido que la madrugada madrugara hoy más temprano.
 !Qué cabrones los dias primeros de mes! Es lo que acierta a decime P. cuando le digo, cercana ya la medianoche.
Cervantes en su obsesión última, y el ansia de pintar la realidad como el envés de un sueño que la literatura no alcanza a (d)escribir. Salvo Cervantes, el precursor y el genio. Y me manda la muestra, 25 fotos, portada y páginas del libro que le bullía en la cabeza... y es hoy cuando las veo, sabiendo ya que no será esa comida, que ven cuando quieras...
Borges, Buenos Aires, Menard, Piédrola... y Filloy. Quedamos en hablar de cómo lo descubrimos, en dejarle yo aquel Mujeres que compré en la otra Córdoba.
Quedamos en hablar...

martes, 16 de septiembre de 2014

notas

Más claro, agua. Que hay invitaciones que podrían dejar un resquicio para la duda, pero no hay duda de que en esta no cabe duda alguna. ¿Para qué un moleskine tan castizo, si me permitís la expresión, si no es para ir llenándolo de palabras?
Me llega desde la más original de las editoriales con el encargo implícito de que quede repleto de notas. De esas, quizás, que voy escribiendo en mi cabeza, perezosas la escritura y la mano en estos días de inicio y fin de cursos, de ir y venir de ideas y de propósitos que quedarán -muchos- por cumplir.

***
Porque escribir, escribo. Ya lo creo que escribo. Más, es verdad, de filosofías escolares y papeles electrónicos (!) y alguna que otra nota al vuelo que propician los dislates 'políticos' de los que deberían serme los más cercanos, que de lo que más me gusta... De eso que debe escribirse a mano.

***
Entre esos escritos que en estos días preparo o recupero (de cuando entonces me quedan muy pocos, echados al olvido y al contenedor del reciclaje en aquellos otros días del dolor y la pena) vuelve, terco, uno de Savater de un ya lejano 1984 que revivirá una vez más por mor de rememorar la mirada de aquellos maestros empeñados en descubrir la base del orden de un mundo en apariencia caótico en tiempos en que ver y pensar no distaban tanto como luego habría de suceder.
'(...) El río que me acoge no puede bañarme dos veces, no sólo porque las aguas que una vez me cubrieron ya habrán fluido muy lejos, sino porque aquel “yo mismo” que se introdujo en ellas en aquella ocasión se ha modificado o perdido tan irremisiblemente como la fresca onda que conoció...Así dice un fragmento del artículo que me servirá de texto para comentar, y que refleja cabalmente el estado de ánimo que acarreo en las últimas semanas.
Porque he vuelto, sí. Fue mi empeño más nítido desde que supe que se me negaba y pasé a la condición, tan nueva para mi, de en expectativa de destino. Pero no he vuelto al lugar aquel que me acogió en su día, que es y ya no es el mismo. No he sentido en estos días por sus pasillos el afanoso quehacer de Jesús, su prisa tranquila como un elemento siempre presente que le permitía hablar de aquel viaje a Italia a la vez que te señalaba la regadera ('ea, niño, que a este paso se nos van a marchitar todas las plantas') camino del jardín donde soñó con retirarse a cultivar los placeres de la amistad y la poesía.
Hoy he vuelto a dar clase, y la primera ha sido (¿hablamos del azar lo bastante?) en aquella Aula de Arte que lleva todavía su nombre, el de Jesús de Haro, pero 'reducida' desde hoy a la condición de aula de 2BF, privada de aquel sentido que quiso ser recuerdo y homenaje.
He vuelto, y yo creía que no habría pasado más tiempo que el tiempo de los días y de los años. Pero ha sido otro el tiempo, y no me reconozco ya en esas aguas que una vez me cubrieron, ahora tan lejos. He vuelto, pero quizás tampoco yo soy ya el mismo que, tantos años ya, preguntó un día, recién llegado, por la Dirección y me contestaron -y era muy joven, casi tanto como yo, la profesora aquella- que los exámenes del nocturno eran al día siguiente.

***
Un texto de 1984, y un Congreso en 1988, si no me confunden el tiempo y la memoria. El que he recordado hoy mientras veía Quando c'era Berlinguer, ese magnífico documento que nos ha regalado W. Veltroni sobre un hombre que fue de la estirpe de aquellos a los que los dioses, tan olvidadizos, tocan un día y quedan señalados para siempre.
Casi al final, un Pietro Ingrao sobrecogedor -fijaos, si es que lo miráis, en sus manos- rememora el desfile interminable del cortejo del adiós a Enrico. El mismo Ingrao que, con Giorgio Napolitano, me invitó entonces a marcharme por un tiempo a Roma: 'seguro que a usted le interesaría conocer la Escuela del Partido'.
Berlinguer ya no estaba, muerto en 1984. Pero sí el Pci, que aún sobreviviría unos años. Pocos.

***
Notas. Que aún no están escritas en su cuaderno. Pero que quieren agradecer el regalo de la promesa y la aventura en que consiste un mar de páginas (casi) en blanco.

martes, 26 de agosto de 2014

cien


7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


(Julio Cortázar, Rayuela)

lunes, 25 de agosto de 2014

ahora



Ahora que la vida sucede por las tardes
y el mundo se acaba a cada instante
confusas las ideas los proyectos quietos
a la espera
te pienso y te recuerdo y te quiero decir cosas
al oído si pudiera
tantas cosas que no caben en el cuaderno que traje de Inglaterra
aquel de tapas blandas y color corinto
intacto aún y todavía esperando
con ese olor dormido del papel a magdalena
tantas cosas que decirte
como que quisiera estar ahora mismo en Barcelona
o en Cádiz o en Gandía junto al mar en todo caso
en Galicia tal vez mirando alguna ría
soñándote
contigo al lado riéndonos los dos y comentando
el manso declinar ya sin empuje de las olas antes bravas
la gracia en el andar de la mujer morena del bikini
las últimas declaraciones de un alcalde con mugre en la sesera
la calor a la hora de la siesta
o aquella foto tuya
tan hermosa
tantas cosas que contar despacio en el par de libretas que he comprado
para escribirte amor ahora cuando el curso empieza.

viernes, 30 de mayo de 2014

sin señalar


Ensimismados. Y lejos, cada vez más lejos, de la gente. Han reducido el mundo al estrecho círculo de su mundo estrecho. Y no ven, cegados de sí mismos, que se les escapa la gente, y el mundo y el tiempo, y el presente. Ahora ya, también, los militantes, hartos estos, vasallos sin señor.

Los llaman barones. Y creen que la dignidad viene del nombre, y que el nombre lo hace todo, el hábito y al monje. Y todos ellos, y los que hablan por ellos y los que se dedican a hablar de ellos, pronto han olvidado -si alguna vez supieron- que dirigir es sinónimo político de compartir, de escuchar, de sumar, de debatir y convencer, de sugerir sin mandar, de representar, de servir… Para señalar con el dedo, aunque señale el dedo rumbo al sur, no hacen falta más luces que las de seguir la corriente, más mansa cada día, que ha dejado en las orillas millones de voluntades -y hasta de pasiones- sin norte y sin cobijo. Para dedo el de Aznar, que no -¡ay!- el de Quevedo.

Los más y los menos, y los de ninguna por escasos, de lucidez dotados señalan hacia el sur y parece que proponen para Susana el destino de Dolores. La de Cospedal, sí, la presidenta a ratos que a ratos ejerce su encargo ciudadano -mal que nos pese- el tiempo que le dejan sus graves ocupaciones genovesas, soldadas a parte… y el gobierno en diferido. Salvo que las proclamas de compromiso irrenunciable con la tierra sean salvas de feria y de fogueo, cantos primerizos de sirena para incautos. Que – Mi puesto está aquí… sea asunto de inmediato olvidar.

El pueblo progresista, el de la izquierda, se merece otro respeto. Otro partido, sin ser otro. Que puede ser añoso y no ser viejo, a salvo de jóvenes de años y alma en dinosaurio. Que diga -y haga, sobre todo- que no puede atender bien uno solo a tanto negocio diferente, y que la regla sin excepción sea eso que se llama llanamente incompatibilidad. Que les libre, por su bien, de tanto sacrificio de por vida poniendo un límite temporal a todos los mandatos.

Y que practique como método en sus filas la democracia que predica en sus programas. Una mujer, un hombre, un voto. Igual, directo, personal, secreto. Que sepan barones y aparato de una vez por todas que los militantes, uno a uno, una a una, se atreven -y quieren- a saber y a pensar con su propia cabeza. Que si Kant levantara la suya…

Sin señalar. Que está muy feo señalar… ¿no os lo dijeron de pequeños?

miércoles, 14 de mayo de 2014

palabras

(...) Inseguridad es, en sí, una palabra de clase: una palabra dicha desde el miedo a sufrir la violencia de los que no respetan la ideología que dice que no hay que robar, no hay que matar. La violencia de los que no encuentran más solución que esa violencia para formar parte de una sociedad que no los necesita –y se lo hace saber todos los días.

Martín Caparrós es áspero, ácido, lúcido. Habla de palabras (de una, inseguridad, que oculta esa otra, violencia) y de gentes que están fuera (: los dejaron fuera). Es verdad, me dices, pero habla de Argentina. Ya vos pudiste ver.

Y veo en la prensa de mi país que hay cuatro millones de parados sin prestación, que solo dos millones reciben alguna ayuda. Dicen que ha menguado un 15,5% el gasto en protección.
Protección. Una palabra que oculta tanto como desvela... Proteger ¿a quién? Protegerse ¿de quién?
Mis alumnos dirían que es la diferencia entre dos complementos del verbo, aunque les cuesta siempre más identificar el de régimen.

Hablar de inseguridad es hablar de policías rejas armas alarmas seguridad privada linchamientos impotencias varias. Cuando empecemos a hablar de violencia –de violencia social– habremos empezado a hablar en serio.
Caparrós dixit.

martes, 13 de mayo de 2014

ayer


Aquí me ves
en Roma, la fiera
altiva y orgullosa,
un hombre herido.
En julio, sus finales,
la certeza de que solo
y lejos
me traen más vivo estas
piedras con alma
tu recuerdo.

Ya ves,
por todos sitios tu sonrisa
y tu afanoso hacer
por quererme
tanto,
y la presencia ausente
que nadie
neanche tu, amore
presentía.

Habríamos hecho de la casa
el sagrado lugar de los amigos
y tu refugio
la primera
de belleza sin matices y
hermosura.

Llegaste a saber de lo imposible
con un poso escondido
de alegría
y sufriste 
por mi conmigo.

No hubo tiempo:
el abrazo solo a la noche
cabe el aljibe
y el adiós temprano
en el patio de la parra.
Y hoy te revivo aquí
tu paz ahora mía
eternidad de piedra y agua.

Mi sonrisa 
                   tú
                          sobre estos pinos.

Roma, 30 de julio de 2013

miércoles, 23 de abril de 2014

leer (más)

Hoy, 23 de abril de 2014, Día del Libro, he leido más. Y he leído esto:

'Quienes me dieron la llave para abrir a México fueron los mexicanos que andan en la calle. Desde 1953, aparecieron en la ciudad muchos personajes de a pie semejantes a los que don Quijote y su fiel escudero encuentran en su camino, un barbero, un cuidador de cabras, Maritornes la ventera. Antes, en México, el cartero traía uniforme cepillado y gorra azul y ahora ya ni se anuncia con su silbato, solo avienta bajo la puerta la correspondencia que saca de su desvencijada mochila. Antes también el afilador de cuchillos aparecía empujando su gran piedra montada en un carrito producto del ingenio popular, sin beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y la iba mojando con el agua de una cubeta. Al hacerla girar, el cuchillo sacaba chispas y partía en el aire los cabellos en dos; los cabellos de la ciudad que en realidad no es sino su mujer a la que le afila las uñas, le cepilla los dientes, le pule las mejillas, la contempla dormir y cuando la ve vieja y ajada le hace el gran favor de encajarle un cuchillo largo y afilado en su espalda de mujer confiada. Entonces la ciudad llora quedito, pero ningún llanto más sobrecogedor que el lamento del vendedor de camotes que dejó un rayón en el alma de los niños mexicanos porque el sonido de sus carritos se parece al silbato del tren que detiene el tiempo y hace que los que abren surcos en la milpa levanten la cabeza y dejen el azadón y la pala para señalarle a su hijo: “Mira el tren, está pasando el tren, allá va el tren; algún día, tú viajarás en tren”.'

Lo había escrito, y hoy lo ha leído en voz alta durante la ceremonia en la que ha recogido el premio Cervantes, Elena Poniatowska, la escritora que afirma que su familia 'siempre fue de pasajeros en tren: italianos que terminan en Polonia, mexicanos que viven en Francia, norteamericanas que se mudan a Europa.'
NB.- Me gustan las Helenas que se escriben con hache. 

leer

Hoy, 23 de abril, Dia del Libro, leo esto:

Baile de agujeros negros

Un par de objetos supermasivos, en una galaxia corriente, han sido descubiertos justo cuando uno de ellos desgarra una estrella

martes, 25 de marzo de 2014

una serena nostalgia

Comparto, con la inmensa mayoría de la que habla Alfonso Guerra en un texto inteligente y bien escrito, ese sentimiento, el de una serena nostalgia, en este mismo momento en el que se rinden honores de despedida en el Congreso de los Diputados al que fuera el primer presidente de Gobierno de la democracia recuperada, Adolfo Suárez.
Oigo lejanos por la radio los sonidos de la banda militar que acompaña el desfile de autoridades y familia por el paseo madrileño que los llevará a Cibeles antes de partir en un último viaje hasta Ávila, en cuya catedral reposarán los restos del Suárez junto a los de su esposa y los de don Claudio Sánchez Albornoz, el que fuera presidente del penúltimo Gobierno de la República Española.
Ironías del destino, tan azaroso. Juntos en sagrado un tan alto representante de aquella República que fue tildada de anticlerical y atea, y uno de los herederos políticos de aquellos que la destruyeron con la contundencia inapelable de la razón de la violencia y de las armas y que aún hoy la vilipendian e insultan.
Y es esa nota, casi anecdótica y perdida en la maraña de necrológicas, recuerdos y panegíricos de estos días, la que me lleva a evocar, yo también, mis dos encuentros personales con el presidente Suárez. Un recuerdo, como todos los de esos años, teñido de la bruma del tiempo ido y de cierta nostalgia. De una  nostalgia serena.
Fue en el segundo de los encuentros, hace ahora casi exactamente treintaysiete años, cuando el entonces presidente -que no por los votos populares sino por la gracia de las leyes franquistas y el deseo de un joven  rey entonces impuesto- recibió en su despacho y ante un grupo de cinco o seis jóvenes recién titulados la llamada que le anunciaba la decisión de aquel Gobierno legítimo de la Segunda República Española de disolverse, una vez canceladas las relaciones diplomáticas con México, el único país que en ese momento seguía reconociendo oficialmente esa legitimidad. Una disolución que se haría oficial el 21 de junio, celebradas ya las primeras elecciones libres que darían paso a unas Cortes y a un proceso constituyente.
Se produjo el encuentro como consecuencia de lo que entonces yo consideré un acto de afirmación y coherencia, pero que otros me hicieron ver como el de una cierta temeridad no exenta de riesgo. Pero que tuvo la virtud de ponerme en la pista también de las intenciones y de las hechuras de aquel personaje recién alumbrado desde el corazón mismo del Régimen franquista, la Secretaría General del Movimiento, el Partido Único de ideario totalitario y fascista.
Nos había recibido el rey, acompañado de Suárez y del entonces ministro de Educación, cuyo nombre ni recuerdo ni me he molestado en buscar, para hacernos entrega del Premio Nacional Fin de Carrera que nos había sido concedido a una veintena de jóvenes titulados universitarios. Que coña ya tuvo la cosa: un militante de un partido ilegal y clandestino, mi PCE de entonces, recibiendo un premio de aquel Movimiento que me repugnaba... pero también cincuenta mil pesetas, todo un tesoro para unos recién casados y padres jovencísimos -¡Amandita, amore!- que vivíamos de prestado y con una beca de quince mil pesetas al mes.
Entre los premiados, de todo. Hasta una nieta de Milán del Bosch ('saludos a Jaime', le diría el rey aquella mañana, y qué vueltas que da la vida, que digo yo hoy), aquel general golpista de los tanques en Valencia cuatro años más tarde.
Y del rey, la espera. Que nos habían advertido de que ninguno podíamos dirigirnos a él sin que él hubiera hablado, dirigiéndose a nosotros, primero. Y finalizada la ceremonia de entrega de los diplomas, no hablaba. Y el silencio iba siendo cada vez más incómodo. La reina no estaba, y fue esa circunstancia, y la de darnos sus saludos, la que pareció animar a don Juan Carlos a romper a hablar... para que pudiéramos hablar con él también los presentes. De todo un poco, aunque la primera pregunta ('¿y tenéis todos trabajo?') de un rey que luego presumiría, sobre todo, de su habilidad para burlar a su escolta fue ya motivo de la primera queja colectiva que tuve ocasión de iniciar y protagonizar ante la monarquía.
Pero no fue ese el caso del atrevimiento que os decía, sino que Suárez, roto ya el protocolo, quiso hacer un corrillo con algunos de nosotros -los otros quedaban bromeando con la realeza- en el que nos invitó a hacer las preguntas que quisiéramos... dada la inminencia de las elecciones cuya convocatoria contemplaba aquella Ley para la Reforma Política que habia sido ratificada en Referendum a finales del 76.
Y yo hice, entre otras de los otros que me parecieron anodinas, las dos que me rondaban. ¿Para cuándo la legalización de todos los partidos políticos?, ¿y votarán los mayores de dieciocho años?. Se hizo el silencio, y Suárez se puso serio, aunque fue solo un momento fugacísimo.
'De lo primero no podemos hablar aquí, y menos estando el rey presente, que debe quedar al margen de estas cuestiones', fue más o menos lo que me vino a decir. 'De lo segundo, no hay tiempo, porque habría que modificar leyes que requieren una tramitación que ahora no es posible'.
Y fue aquí cuando lo de mi pequeña osadía. Porque le dije -y es que lo habíamos estudiado a fondo- que no, que no era así ni podía ser así. Que no habría democracia ni elecciones libres si no participaba el Pecé, y que los mayores de dieciocho años podrían votar con solo cambiar el Código civil, que era la norma donde encontraba concreción numérica esa mayoría de edad exigible para poder ejercer el derecho al voto.
No era un reto. Pero tampoco fue una respuesta brusca la del presidente. 'Veré lo que me dices, y tendré en cuenta esa observación. Si venís a verme a mi despacho hablamos de todo esto.'
Ahí, en el talante y en la respuesta, intuí que algo distinto había en ese hombre sonriente y en su actitud. La comprobación, en esa mi primera visita a La Moncloa, mi segundo encuentro con un presidente que, nada más verme, me dijo 'Tenías razón con lo del código civil y la mayoría de edad'.
Que alguien con tanto poder reconociera sin mayor problema que un don nadie como yo tenía razón, esa espontánea sinceridad casi humilde, es algo que, a mis ojos, le honró ya para siempre. Y así lo he dicho a todos los que me han querido oir. Su sinceridad derrotó mi arrogancia. Y el código civil se cambió en 1978 para establecer la mayoría de edad en los 18 años que permitió a tantos y tantas jóvenes ejercer en el Referendum de la Constitución en diciembre de ese mismo año el derecho al voto que a tantos otros se les negó en junio de 1977.
Y que un presidente de aquellos tiempos convulsos y esperanzados dedicara más de dos horas de su tiempo presidencial -eso sí, off the record- a media docena de recién licenciados fue también todo un síntoma. Un tiempo en el que tuvimos ocasión de hablar -ya está dicho- del Gobierno de la República en el exilio, de la ETA y de un tal Bandrés del que Suárez habló con respeto -'empieza a moverse algo en el norte, una parte de ETA quiere convertirse en un partido sin violencia, y ese es mérito de Bandrés'-, y de cómo aquel oscuro, sospechoso y  nefasto GRAPO -del que formaba parte el hoy igualmente nefasto y oscuro y sospechoso Pío Moa- tenía en su poder, a la vez que a los secuestrados Villaescusa Quilis, un militar, y Oriol y Urquijo, un civil, ambos en la cúspide del poder jurídico, información y material capaz de captar las conversaciones de la policía que los buscaba.
Un encuentro en el que tuve la fortuna de conocer a Carmen Díez de Rivera, más menuda y frágil, y más guapa, de lo que parecía en las fotos, y el honor (?) de recibir la invitación de Adolfo Suárez para formar parte de las candidaturas de aquella UCD que ganaría las primeras elecciones ('porque hacen falta personas que representen el futuro y no el pasado... aunque ya sé que algunos de vosotros tenéis una militancia que todavía no puede ser pública y que respeto'). De recibirla, la invitación, y de declinarla con respeto. No fui diputado entonces, y no lo seré ya.
Pero esa es ya otra historia, que quizás vaya contando. Hoy se trata de Adolfo Suárez. De decirle adiós. Con la serena nostalgia de un tiempo que pasó.


jueves, 6 de marzo de 2014

cv: dos poemas


Bajo amorosa sombra

Cúrame con tus manos,
toca de mí el olvido
que se fue acomodando entre los pliegues.
No venga la tormenta a amordazar mis sueños,
sólo esta lluvia suave, vespertina
despierte en mí los pétalos dormidos.

Desnúdame en silencio,
hoja por hoja
hasta dejar al descubierto el punto
del estremecimiento.
No debe haber estrépitos
que vulneren la calma de mi piel
tendida para ti como un estanque
en donde sólo el toque de tus labios
perturba la quietud.
No quiero los platillos
festejando con notas deslumbrantes
la pasión de los cuerpos,
ni los timbales ebrios
apurando la noche;
sólo la melodía de una flauta
tenue pero sinuosa
que adormezca con ritmo acompasado
estos miedos que vas quitando al paso.

Disuelve con tus dedos
el dolor y sus máculas guardadas
en rincones ocultos;
que se adelgace el tiempo
con tu humedad benigna
hasta llegar al límite de lo que no ha sufrido
magulladura alguna.

Devuélvele la paz a mis palabras
deseosas de ser playas
donde arriben tus barcas sigilosas.
Este amor en penumbra
aluza más que el sol
la gruta en que se había escondido
una parte de mí,
tal vez la más secreta.

Acerca con prudencia
toda tu voz, tus años, tu tibieza
y cuídame despacio
como una flor quebrada
que revive por fin
bajo amorosa sombra.



Zona de fumar

El cigarro es la soledad que uno elige
César Luis Menotti

Miro a esas mujeres que fuman sus cigarros
como si hicieran el amor.
Una de ellas desprende la cintilla de celofán
con la gravedad de quien desabrocha un cinturón
o desanuda una corbata.
Otra acaricia con tres dedos la lisura blanca
anticipando un fuego conocido,
queriendo retrasarlo.
Hay la que lo detiene con los labios
disfrutando su peso,
su seca desnudez
y después lo humedece para volverlo propio.
La primera lo absorbe hasta el abismo,
se hace un poco de daño
para sentir que existe.
La segunda lo mira iluminarse
y consume en secreto sus recuerdos.
La tercera sacude la ceniza,
mira el humo
como quien se despide en una calle solitaria.
Una lo apaga con pequeños golpes,
sabe de espasmos.
Otra lo tira al piso, lo tritura
y esa violencia la desquicia suavemente.
La tercera lo deja consumirse
porque no le gusta apresurar ningún
desprendimiento.
Parece que platican,
desayunan en este restorán,
piden la cuenta, así, como si nada.
Pero sus cuerpos habitan otra realidad,
sus almas vibran,
su soledad salvaje las denuncia.
 

(Carmen Villoro)

villoro

He dejado que pase febrero, corto y algo loco, frío, y hasta dispuesto estuve a dejar que marzo fuera una página en blanco. Entre pereza y abulia, son de nuevo los meandros del azar -el otro nombre de la necesidad y de cuyos avatares quiero seguir dando fe- los que me arrancan y me mueven a escribir.
Movido, ergo motivado, por dos noticias que se cruzan en la mañana : la que me llega de la doliente Sinaloa y me descubre dos poemas de una mujer que se dice de piel oscura y yo descubro de verso claro, Carmen Villoro, y esa otra que, por los caminos inciertos de un twit en que me nombran, me anuncia la muerte del filófoso -de indigenista lo califican- Luis Villoro.
De don Luis, como le llamaba aquel Subcomandante insurgente de nombre Marcos, tenía yo referencias más bien superficiales, pero no así de Juan Villoro, habitual de la prensa española que leo y novelista. Ahora sé que son padre e hijo, y por el hijo descubro ahora del padre motivos para haberle tenido más en cuenta y en mayor consideración y estima. Aún es tiempo.
Pero es de Carmen, de quien descubro después el doble parentesco, la noticia primera que me llega hoy desde Culiacán. Poeta que conoce bien, por oficio, los entresijos del alma y sabe decir sencillo el poder luminoso y humilde del deseo. Que desvela la antigua afición del padre por los búhos, devoto al fin y al cabo de Minerva, y que escribe versos de belleza serena


(...)
Acerca con prudencia
toda tu voz, tus años, tu tibieza
y cuídame despacio


Tres Villoro y un mismo azar. Tan a tiempo. Tan necesario.

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