viernes, 28 de septiembre de 2012

paco, poeta

No hace falta vivir muchas vidas para saber que la vida nos depara un mar de sorpresas, acontecimientos impensados, encuentros que uno difícilmente creería posibles. El encuentro con Paco es una de esas raras ocasiones en que el azar se convierte en regalo.
Fue uno de los primeros días de septiembre, el de mi vuelta a mi vida de enseñante. Desorientado, casi perdido y solo, más que nunca. Y allí, en la entrada de ese centro de educación de personas adultas que es ahora mi refugio -no sé si solo lugar de paso- fue él quien me dio la bienvenida segundos antes de anunciarme que éste sería probablemente su último curso, que he pedido la jubilación, pero todavía no me han contestado.
No sé si alguien me había dicho que Paco Morata tenía allí su destino, dicho sea en el sentido más administrativo, pero ahora sé que el destino -el envés del azar, como tengo dicho- me ha ofrecido la oportunidad de disfrutar de su ironía, de su humor socarrón, de la viveza de sus apostillas, de la inteligencia de sus comentarios, y la de notar en su voz un casi imperceptible y como sutil deje de tristeza que deja traslucir en alguna que otra reflexión sobre nuestro común oficio y su devenir.
Está como de retirada, casi de tránsito, por más que yo no recuerde que almas de maestros hayan sufrido del mal de transustanciación. Y ha perdido aquella punta de acidez que le recuerdo, tantos años ya de eso.
Al poco de llegar recibí de su correo uno que es una lección de dignidad y de respeto de sí mismo, de cercanía y de amistad. Haciendo tantos años ya de no vernos. Tantos, que hasta pensaba él que era yo el que había dejado pasar la edad jubilar sin solicitar el retiro a otros afanes.

Ayer mismo recordé cómo hace meses, buscando unos versos para ilustrar otros en los que me venía atareando, quizás en el recuerdo de Jesús de Haro, di con un poema suyo que resultó premiado en un certamen vecinal allá por el 2000. Nunca podría haber imaginado que su autor fuera el mismo Paco que yo recordaba, dicho sea con total sinceridad (y con petición de excusas y perdón, por añadidura). Y no por la notoria -y la mucha- calidad de sus versos, sino porque no hubiera dado yo en modo alguno en que Morata pudiera ser poeta.
Y hoy, conociendo ya que tiene un -otro- libro en prensa, y después de hablar de Platón, de Lobo Antunes y Sergi Pàmies, con su razón cada uno, me envía unos cuantos poemas, entre ellos aquel premiado de mi lectura romana, releído y rehecho -y mejorado-, con el permiso para su publicación. Antes me daba vergüenza que se supiera. Ahora ya no, me dice.
Dejo para otro momento aquel de fin de siglo, que por su tema no me place difundir ahora, y en su lugar pongo este otro.  Para el disfrute.



no olvido

Eu tinha as chaves da vida e não abrí
as portas onde morava a felicidade (2)

ahora que todos mis paseos nocturnos son a solas
con mi perro y un fado cosido a la memoria
que me pone tan triste contemplar la belleza
de las diosas que nunca podrán tocar mis manos
que ya no tengo tiempo ni nadie a quien pedirle
una tarde de charla mientras fuera
incesante la lluvia empaña las miradas
no olvido cómo andabas descalza por mi alma
pausada y precavida lo mismo que una niña
con una mariposa parada  sobre el hombro

no olvido cómo andabas desnuda por mis sueños
enredada en mi manto de impúdica impaciencia
para dormir contigo 
                      pájaros repentinos
aleteaban tus senos  fugaces por mi espalda

no olvido que te amaba de una manera torpe
como el primer ensayo de un drama escrito a medias
los trazos inseguros de un párvulo escribano
igual que el brote débil de una planta que intenta
arraigar en las dunas
                                    
no olvido en qué  momento me soltaste la mano
para seguir el curso de una aventura propia
de la que nunca has vuelto   

no olvido que te fuiste alejando sin prisa
bajo un cielo desnudo de vuelos y de cantos
partía tu silueta el reflejo tardío
del sol en los cristales
     los búcaros marchitos
que otro tiempo llenaron de flores los balcones
tiritaban de envidia disputándole al polvo
despojos de tu sombra

no olvido las cadenas que mi dolor arrastra
sobre los empedrados
      el día que se cierra
la capa y apresura el paso contra el viento
el  roce de la niebla sobre las avenidas
desiertas del invierno

me arrodillo entregado como la tierra estéril
a implorar  que levante la noche en aguacero 
te devuelva a mi lado o me arrastre con ella
adonde ya no exista la inquietud de la espera

Francisco Morata Moya, de Sobre mí, culpable.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...