sábado, 12 de mayo de 2012

de cine

Paradiso. Está cerca de aquí esa pequeña plaza que tiene por nombre Paradiso. Lo recuerda F. Sartori, el entusiasmo en persona, en la sesión de clausura de Cinema Spagna, el festival de cine español que acaba de apagar las luces. Aventura que aquella joya que se llama Cinema Paradiso debe quizás su título a la conjunción de la piazza cercana y del Farnese, algo más que una sala de cine, donde se proyectan las películas. Giuseppe Tornatore acertó.

Palacio. Si diéramos en buscar la metáfora -bien fácil- diríamos que el Farnese es el palacio del cine, como si el cinema cerrara ese espacio mágico que se abre con el impresionante palacio donde tiene la República Francesa su Embajada. Plaza y palacio. No sabría decir cuál  más asombroso.

Paz. La que no tendrán nunca los malvados, según Urbizo. Con Coronado (Jose, sin acento, lo llama el director), hablan de la película y del azar, que ya lo puse por aquí. El último plano, tan buscadamente evocador de otros cines y otros tiempos: aunque ahora el tiovivo -mis caballitos de siempre- sea más color y plástico, más luz.

Posto. No hay ya donde sentarse cuando por fin logramos entrar, aunque luego se hará esperar casi una hora el comienzo de todo (y antes, una performance que casi nadie entiende). Y me ponen en el pasillo una silla de esas que parecen de director de cine. Todos miran, y algunos bromean.

Pasos.  En Los pasos dobles tengo delante a la romana -en mujer, claro- más alta, peinado también alto como efecto adicional, pensaré que involuntario. La lengua de Mali me es completamente ajena (quizás Jerôme me cuente algún día), extraño y difícil el francés que a veces hablan, y los subtítulos invisibles, fuera de mi alcance y apenas si entrevistos cuando la cinéfila romana se mueve. Una historia -la búsqueda de lo escondido- eficaz, unos personajes irreales a fuer de naturales, la vida como viaje, la naturaleza y el color hecho de materia, el aire dulzón y seco. Y la música, que llena mi alma de todos los tonos y la luz de mi  isla, la otra Palma. La de Miquel Barceló, presente sin aparecer apenas. Joan Carandell opina que se trata de un western africano, y aparece en la charla Glauber Rocha... ¿y quién se acuerda ya?, ¡y qué mayores nos hemos vuelto!

Pasión. Es 9 de mayo. Y a pesar de todo, mi mirada se vuelve hacia Europa, a estos años que seguiré recordando con emoción y con gratitud. Reto, deseo, futuro. A mi modo y a solas, con un mar de imágenes imborrables, también este año la celebraré. Ya no serán ni el Tajo ni las Cortes, y quizás la soledad amplifique la añoranza.

Pablo Ordaz charla con David Trueba. Dos jóvenes inteligentes con una mirada limpia. La mía, inevitable, busca la de María Valverde, sentada casi a mi lado en esa sala recurrente del Cervantes-Navona. La veré luego en la película, Madrid, 1987, pero ya será otra cosa, menos niña. Después, el diálogo con los espectadores y el esfuerzo, agradecido, por hablar en italiano. José Sacristán, de no perdérselo.

Prima. Creo haber estado ya antes en el cine Farnese. Si fue así, mi primer cine en Roma. Si fue así, allí vi, hace treinta y cinco años, Saló (Salò o le 120 giornate di Sodoma), el polémico -y último- trabajo de Pier Paolo Pasolini. Lo asesinaron pocos días antes de su estreno en París. 

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