lunes, 30 de abril de 2012

librari

Quizás no fue aquella la primera vez que la ví, pero sí que me acuerdo de cuándo reparé en lo singular de esa plaza que, siéndolo, no lo es. No es piazza, sino largo. El Largo dei Librari, un espacio donde no encontrarás ninguna librería -las hubo, hasta no hace mucho: la última, Montanarella- pero sí la sensación de haber encontrado un refugio, un remanso tranquilo, un anchurón donde poder, si niño, corretear sin miedo, o despreocuparte si adulto. Que aunque no llegan coches, el tránsito de personas -turistas o no- por Via dei Giubbonari se asemeja mucho al de esas máquinas, si cabe más silencioso.

Si fue antes la iglesia, que cierra y pone fin al Largo y lo convierte en plaza, o las casas que en ella apoyan sus ventanas, es pregunta que me hago cada vez que la miro. Santa Bárbara de los Libreros, una chiesina de historia y usos cambiantes como los de la ciudad, como los de más de un Papa, que acabó comprada por el gremio de los libreros (dicen que 400 escudos fue todo, terreno circundante incluido) y sirvió, dicen también, de almacén del cercano mercado del Campo dei Fiori.

Esconde la placita, si no estás avisado, una institución que es casi un mito romano. En er Filettaro se comen esos filetes de bacalao acompañados de vino de la casa y puntarelle que saben distinto. Con Fernando A. lo comprobamos, después de la espera estacional que nos mantuvo al margen.

A la salida del cine, ocupando la cabeza en otros asuntos, y nada más pasar la escuela, la sede de la antigua sezione del que fue, aquí también, il partito. Del PCI sobre cuyo ser o no ser bromea Woody Allen, a punto de tener por yerno a un comunista, abogado y joven.
¿O no es así el final?.

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