jueves, 15 de marzo de 2012

pàmies

Leí con una gran curiosidad su Testament a Praga (qué recuerdos, tan nítidos, los de aquel agosto aciago: la radio transistor en la que oía el relato de la esperanza de nuevo frustrada era de un color rojo vivo -cosas de la época- y la mesa donde escribía aquella tarde era toda azul en gris, de formica, como la silla, dura ya a la vista) antes de aquel viaje iniciático con Gregorio a Estrasburgo en autobús, pasión y sueño de una Europa por venir.
Después, mucho después, sería Sergi, el hijo, una de mis lecturas más gratas: inteligente, mordaz, siempre divertido y nunca hiriente. La bicicleta estàtica esconde y muestra algunos de los muy buenos cuentos con que gozar, y también (los hay) de los que arrastran a una nostalgia que duele, casi insoportable.
Gràcies, Teresa. Por todo.

1 comentario:

  1. Es igual que la mesa, realmente dura, donde yo también escribí muchas veces, durante la niñez.

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