'... El frío suavizaba el olor de los animales, y el sol iluminaba la inutilidad de todo aquello. Lamentamos haber gastado el dinero en las entradas. Después de todo, los animales, simplemente, se parecían a sus nombres: tigres, leones, pingüinos, elefantes, ni más, ni menos. Pasamos una hora más entretenida al sol, hablando y tomando té, los únicos clientes en un enorme café de una infinita tristeza municipal.'
(Ian McEwan, Dos fragmentos: 199..., en Entre las sábanas, traducción de Federico Corriente)
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