jueves, 7 de abril de 2011

escapada


Poder apearse de la vida con dignidad forma parte de la dignidad de la vida. De toda una vida, como la de Miguel Núñez, dedicada a ser en los otros, con los otros: la libertad, la igualdad, el amor. Ni la cárcel ni la tortura ni la derrota de tantos sueños pudieron con su alegría, con su humor sencillo, con esa naturalidad del héroe que nunca lo aparentó.
Va a nacer un niño en Estelí -ay, Nicaragua bonita, que canta Mejía Godoy y reza en verso laico Ernesto Cardenal- mientras Miguel se prepara para llegar al final de la escapada. Antes, unos pasos de baile que quedarán como símbolo de ternura en mi recuerdo. Y la retranca: '¿es necesaria tanta antesala?´. Y Marcos Ana pidiendo un monumento a la mujer española, quizás pensando a las que humillaba aquel cura de Ocaña que por crucifijo llevaba una pistola.
Las imágenes de Managua me devuelven a ese día -entraban los sandinistas- en que me llamaron para decirme que Blas de Otero acababa de morir. Se lo dije a Maxi, mi más que hermano, mis ojos resistentes a punto de infinito.
La película se llama como aquella infame traducción perpretada contra Godard, Al final de la escapada. Lo recordó Albert Solé, su director, que de niño conoció a Miguel y ahora nos regala una pieza que es ya parte de nuestra memoria escamoteada, escondida. Ya nos hizo temblar de emoción y gozo con el recuerdo de su padre hecho imagen y poesía en Bucarest: la memoria perdida. Gracias.
Es la película de un hombre que amó la vida. Tanto, que quiso apearse con entereza y dignidad para poder seguir viviendo digno y cabal -y libre, siempre- entre nosotros. Ensayando unos pasos lentos de baile, pensando en Elena, su amor, su compañera.

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