lunes, 28 de febrero de 2011

de cine

Me enamoré de ella -mi primer amor de cine- en Vivre pour vivre. No en vano soy un chico de francés al que el inglés le pilló algo ya mayor. Y no por casualidad la música me pudo desde muy chico.
Ella es guapa, nervio firme y fuerza, sensibilidad. Y tiene ese aire maduro de serenidad y sosiego y calma que tanto me gusta. Para vivir.
Ahora ha muerto. Annie Girardot, la señora.
À toujours!

andaluza

La tierra de poetas, verde de olivos, mar y hechizo, blanca y roja, calma de luz calma, paraíso y sur, honda alegría. ¿Cómo no amarla?
Encontrará siempre quien la celebre y cante.

Hoy recuerdo cómo los andaluces ganaron su autonomía con la oposición de éstos a los que ahora se disponen a votar. Parece que eso dicen las encuestas.

Hoy precisamente. Día de Andalucía.


Cádiz, salada claridad; Granada,
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén. Huelva, la orilla
de las Tres Carabelas...
y Sevilla.

(Manuel Machado)

serrín

El olvido

Al olvido le temo
no a la muerte
el olvido es el filo
que reduce a serrín
vidas
obras
amores
que soñamos eternos.

(Claribel Alegría, Mitos y delitos)

miércoles, 23 de febrero de 2011

josefillo y carnaval

Contar por onzas sólo lo recuerdo del chocolate. Cuatro onzas, un cuarterón. Dos cuarterones -ocho onzas-, media libra, lo que ahora llaman una tableta. Mi memoria de niño me alcanza para evocar los gestos, repetidos, de despachar chocolate en la tienda de mis padres. Así: por onzas, cuarteando las más de las veces. Chocolate, un lujo de merienda, media onza con pan. Y un privilegio.
Hoy, día de evocación, no quería escribir, pero se me han juntado en el alma los recuerdos y los gozos. El de estar y sentirme vivo, un examen -de griego, creo- que se anula, los tiros en el Congreso y, sobre todo, el sabor del chocolate Josefillo.
Como un pronto, como ese algo inesperado que acaba por llenar más tarde un tiempo ido: así ha llegado. Se trataba tan sólo de cambiar de juego, tratar de conseguir lo que logran los jugadores hábiles buscando un espacio nuevo para alejar así lo previsible, de ayudar a dibujar una sonrisa allí donde estaban por asomar un par de lágrimas. Y el sabor se ha quedado. Hasta ahora, y aquí sigue.
También en la memoria de los ascensores debe anidar el sabor a gloria. Por eso es que, aunque se detienen siempre antes de llegar al cielo, dejan a menudo entrever los colores del paraíso. Y en el paraíso particular de los niños de cuando entonces huele y sabe a chocolate.
Aunque se comía de merienda, el Josefillo era chocolate de hacer, tazón humeante y bien espeso en días señalados, calorcillo por dentro. De boda, o de primera comunión. De algo nos servía en tiempos sin mercados la cercanía de Quintanar (el de la Orden), pueblo de fábricas de ensueño: chocolates Dulcinea, chocolates Nieto, anís de la Asturiana.
A mi hermano M. le gustaba sobre todo el del arco iris, que ya no sé bien si era su nombre o el dibujo del envoltorio. Más que gustarle, era pasión precoz. Tanta, que no satisfecho con la ración habitual, acuñó un término que venía bien a sus muchas y amplias ganas: la onzona, que sin ser un cuarterón le aportaba un placer adicional al multiplicarse por dos sus deseos.

Hasta ayer mi 23F era sólo carnaval. Hoy, treinta años después, es también chocolate y calma. Porque aquel día me encontraba reunido con los alumnos de mi Tirso que preparaban el carnaval cuando una bedel entró asustada para decirme que recogiera mis cosas y me fuera a su casa -'que allí nadie le buscará'-, que estaba la Guardia Civil a tiros en el Congreso. En mi memoria un agradecimiento eterno a esa mujer, viuda de un comandante del ejército español que abría la generosidad segura de su casa a un rojo reconocido y confeso.
No me fui con ella, sino con mi gente de Vallecas. Buscar escondite seguro para las fichas y los carnés y los documentos del Partido (así, con mayúsculas, que no hacía falta ponerle apellido). Llamada al pueblo y escalofrío: mi tío el más pacífico, pura bondad, 'no te preocupes, están todas las escopetas preparadas'. Con el pasaporte en el bolsillo y diez mil pesetas -todo el capital que pudimos reunir-, reunión de emergencia (cita de seguridad -qué ironía- allí, a la vista de todos) en los salones Solimar de la Avenida de la Albufera, decisión rápida y autónoma, redacción de un llamamiento de resistencia y apoyo a la Constitución. Escribir el cliché para la multicopista, en aquella olivetti olimpia que dejé en casa de mis padres -ajetreo de libros y papeles, mundosobreros, revistas que María bajaba no sé dónde, 'si ya os lo había dicho, qué desgracia más grande', miedo de madre de cuando fue hija- y la memoria de mi Paulita aún por nacer. Con Fernando A., solos los dos en el inmenso Tirso vacío, calles desiertas y las luces prendidas de todas las casas en vela, imprimiendo las octavillas de la esperanza, y el remurmullo (éste -por el rey- no sale, ¿a qué espera?... no, pero escucha, está Armada). Orden: al Congreso, a decirle a la gente que se vaya de allí, que puede ser una provocación. Edición gozosa de EL PAÍS, nunca sabrán bien cuánta fuerza nos dió: allí también se resistía. Discurso del jefe del Estado mientras empaquetábamos las octavillas que, a las seis de la mañana, en trenes (yo las daba en mano en Entrevías) y bocas de metro despertaban miradas de fe y de agradecimiento en las caras serias y el silencio -espeso como el josefillo- de aquellos madrileños que no sabían si ese día sería el último de una democracia tan duramente recobrada.
Vuelta al Tirso, abrazo de aquella mujer en cuya casa no dormí, alivio de los compañeros y los guardias inciviles y golpistas salen vergonzantes por las ventanas del Congreso. Y Armada, el traidor. Carrillo y Pilar y los demás, a salvo. Y a preparar otras octavillas, las que convocan a la gran manifestación, un Forges genial y de ternura que tomamos prestado al diario amigo.
Asamblea, dura durísima, en aquel gimnasio del Tirso. No he vuelto a ver a Josep Palau, sí a los que se escondieron sin dar la cara (alguno ni siquiera se atrevió a coger aquella octavilla) y comenzaban ya a fraguar su cuento, todos 'a la izquierda' de los que sí estuvimos donde había que estar. Con nuestra gente, cada uno en su Vallecas.

Aquella mañana, al día siguiente de que me enamorara para siempre de Rosa María Mateos, la quiosquera me dice que está usted en el periódico, y allí, portada blanco y negro de El Alcázar, enorme la foto, primer plano de los dos, Alejandro y yo, contra un fondo que es marea de puños en alto.
Alejandro ya no está. Y no sé dónde he guardado esa portada de la prensa golpista.
Nació en mayo Paula Aitana, y mi Amanda Libertad se acuerda de su abuela acarreando papeles. Ahora me he enterado de que unos amigos anduvieron la noche del 23F buscándome, preocupados. Fernando desenterró en su patio carnés y fichas y otros documentos. Y no me acuerdo de si el Tirso celebró los carnavales.

Todo ocurrió hace treinta años. Que ahora vuelven, ya otros. Y me saben a vida, y a chocolate rico como para comérselo. Tal que a josefillo.

lunes, 21 de febrero de 2011

paseo

¿Que cómo la enamoré?
-No podrán con nosotros, le dije.
Y seguí mi paseo solitario.

(Javier Egea, 1917 versos)

domingo, 20 de febrero de 2011

se souvenir

EF - Live The Language - Paris from Albin Holmqvist on Vimeo.

capicúa

Neuquén es ciudad capicúa, agua y llanura, Patagonia como de ficción. A un paso, la Bodega del Fin del Mundo, quizás el mejor último trago.

Neuquén capicúa (cap i cua, cabeza y cola, principio y meta). Non plus ultra, término y reposo, fin y final: rien ne va plus. Perfección del ser que agota su ser para no poder ser ya ni más, ni mejor, ni otro. Ser-ya-para-siempre, afirmación rotunda, pura necesidad alejada cualquier contingencia. Deseo realizado, cese del movimiento, imposibilidad del cambio. Totalidad y absoluto.

Felicidad cuando motor él mismo inmóvil, uno mismo su propio fin y el fin de cualquier otro y de todo lo otro, plenitud ya por tanto sin deseo, sin carencia ni tiempo ni dirección. Ni póros, ni penia. Cuando el único hacer -el único ser- consiste en pensar aquello solo que es dado pensar, pensar el único objeto que es a la vez sujeto. Pensamiento que se piensa a sí mismo. Quedó dicho por un grande de la filosofía.

Me dicen los amigos que la ciudad capicúa -horizonte abierto y cielo- es el lugar propicio para el reencuentro (el único posible: con uno mismo). Me dicen que ella se llegó hasta allí en su busca, que desde allí escribe para sí sola sus tardes de nostalgia. Terca y tozuda, tenaz.

Culpa

Sosiego y paz
olvido
una casa y un barco.
Amor con locura
juventud
y besos a media tarde.

Y yo nada puedo darle.
Salvo la culpa, nada.

(MGB, Ayer nostalgia)

sábado, 19 de febrero de 2011

caminos

Al descubrimiento se llega por dos caminos. El de la paciente, y minuciosa y atenta, labor de investigación, de búsqueda y estudio, o el del azar. Caminos que a veces se cruzan y se confunden.
Así, en ese cruce de caminos, he llegado al descubrimiento anónimo de esta mujer maravilla.
¿Y cómo guardarse para uno la pura alegría de una voz portento y gracia? ¿Y cómo no compartirla en este mundo abierto en el que en cualquier momento pueden colarse la tristeza o el miedo?

La Habana y Cádiz. Pero también la fuerza del gallo (rojo, por más señas).


jueves, 17 de febrero de 2011

popular

Siempre llegué sin ser llamado
Siempre desembarqué como el intruso
En tierras que escondían tras la espalda sus manos
(Tomás Segovia, en Noticia natural)


Sucedió en Buenos Aires. Pudo pensar que no hay mejor sitio para ponerse a bailar pisando escenario que la ciudad que es capaz de llenar el alma de libros y de nostalgia los ojos. Tenía ocho años, y comenzaba así una vida dedicada a la danza.
José Antonio Ruiz, el niño aquel que dirige hoy el Ballet Nacional, nos ha prestado su nombre para que lo luzca con orgullo uno de nuestros dos conservatorios profesionales de danza, el de Albacete. Y en su bautizo, hace unos días, hubo más que palabras. Las hubo de las autoridades, dichas con la voz -no sin emoción- y el gesto. Las hubo, más elocuentes, de las alumnas y de los alumnos, escritas éstas con el cuerpo y con el aire, con el movimiento y el ritmo. Y con una emoción añadida.
(Y le ofrecimos al padrino, además de la celeridad del AVE y por si quería, ponerle casa para que se quedara entre nosotros para siempre).

Con los pies firmes en el suelo, y la cabeza en el cielo. Poesía de los sueños que cambia el mundo y hace más vivible una realidad confusa, útil por tanto, práctica. Suelo y cielo, dos afanes -la danza y la aviónica- que comparten Albacete y Puertollano. Dos señas de identidad en una, la del quijotismo de Sancho persiguiendo una ínsula justa y libre caballero en un clavileño que alza el vuelo.

Después, más palabras. ¿Cuántos miles de millones de palabras se cobijan en la librería Popular a la espera de que las recojan y les pongan casa y les den vida los lectores, las lectoras?.
Puede que nunca lo sepamos. Lo que sí sé, y me complace decirlo, es que allí encontré libros que llevo meses buscando -alguno recién parido- incluso en librerías de más postín. Allí me encontré con Gimferrer, con Sabines y Egea, con E. Smart, con el último Marsé, ahora calígrafo de sueños, y con el nocturno de Piglia que quiero seguir regalando.
Ésta sí, popular, con Ángel urdiendo siempre y sin descanso nuevas maneras de invitar a la lectura. Me cuenta que ahora poniendo en marcha un sistema de descargas -único en la Región- para esos nuevos libros de tinta electrónica -por no escribir eBook, ustedes perdonen- que quieren adelantar la jubilación de las imprentas (y privarnos del olor de la tinta recién nueva y el papel impreso). Que está en conversaciones con iTunes, por aquello de servir contenidos para el iPad. (Perdón de nuevo, perdón les pido y disculpas).

Lo dicho. Con los pies en el suelo. Populares -del pueblo- de verdad. Y conste que no lo digo por señalar.

miércoles, 16 de febrero de 2011

sencillo


El requiem por Berlusconi lo pronuncian las mujeres

¿Serán las mujeres las que toquen el réquiem de esta época tan gris y de su anciano Sultán? Yo creo que sí. En todos los tiempos y en todos los lugares del mundo, las mujeres han protagonizado las revoluciones, ruidosas o invisibles. En nuestro caso sería, además, una némesis. Al principio de todo, Silvio Berlusconi, vendedor de si mismo, entró en política directamente desde el mundo del comercio con una seguridad: las mujeres que ven mis televisiones me aman, me van a votar. Ha sido así: las mujeres han sido su público y su fuerza.

A partir de una época un poco posterior, no le alcanzó con ser amado, sino que quiso además amarlas. Como él mismo dice: muchas, y muchas a la vez, jovenes y adolescentes, un harem de chicas a quienes daba las gracias con un escaño en el parlamento europeo o nacional, un ministerio, un papel de protagonista en una película o un trabajo en la televisión pública. Como si todo fuera suyo, como si fuera normal. Comprar, pagar, disfrutar de la debilidad económica y cultural en la cual el país iba cayendo más y más cayendo en su propio interés. Da igual que fuera el interés de una sola noche.

A un país jorobado le cosió un traje de jorobado. No se le ocurrió nunca intentar mejorar la enfermedad social: dijo que eso era normal, que era "el sistema". Nunca se le ocurrió tampoco que el amor -palabra que quiso transformar en el surreal nombre de su partito politico- en la vida de cualquiera es gratuito. Lo compró, como compra todo, e insistió llamándolo lo que ya no era: amor. Durante mucho tiempo las palabras no tuvieron ya sentido, y en consecuencia, lo que pasaba tampoco parecía tener sentido.

Un día, sin embargo, miles y miles de mujeres respondieron a nuestra pregunta. ¿Dónde estáis, mujeres de Italia? ¿Estáis acaso esperando entrar en la villa del Sultán? Muchas de ellas habían permanecido en silencio durante todo este tiempo porque no podian hablar: tenían trabajo, mucho trabajo que hacer en un país donde los viejos y los niños son asunto de las mujeres. Tenían que ganar dinero (muy poco, las mujeres) para sobrevivir y cuidar a los padres y a los hijos a la vez. La vida real no es la que se ve en la televisión. No en la de Berlusconi, por lo menos. Las mujeres tampoco. Pero un día se dieron cuenta. Tuvieron la fuerza de decir "basta ya". Era el 13 de febrero, un domingo.

Dos días después otra mujer, una juez, decidió que debería ser procesado por los delitos de cohecho y prostitución de menores. Será juzgado por un tribunal de tres fiscales, tres mujeres también. No va a ser el juicio del tribunal, en todo caso, el que nos dirá si Berlusconi está al final de su carrera. Será el juicio de los italianos el que debe establecerlo. Y de las italianas. Puede ser que no sea manaña, que se necesite más tiempo. No vamos a tener prisa y lo vamos a conseguir. El viento está cambiando, todo el mundo lo huele: tiene el sabor del mar.

(Concita de Gregorio es directora del diario L'Unità, y una de las promotoras de la protesta contra Berlusconi)

En EL PAÍS de hoy. La foto, de GETTY.

domingo, 13 de febrero de 2011

palabra de pablo


Hablamos de Pablo con esa naturalidad que da la confianza, como si fuera un amigo de los que habitualmente, como si mañana, tal vez a la vuelta de un pasillo, allí con nosotros. Hablamos de él y de sus casas. La que en Madrid pocos conocen, la Casa de las Flores, la Chascona de nuestro otro Santiago, la casa de La Isla Negra (donde un xiurell aguarda al visitante atento), mascarón de proa en ese mar de nombre engañoso.
Pero hablamos, sobre todo, de sus palabras. Y las leemos. Y las decimos. Tan quedas que apenas si susurros, para escuchar mejor el azul de los astros mientras tiritan, allí -a pie de mar- a lo lejos. Tan exactas que parecieran piezas de orfebre. Tan certeras.
Hecha su vida de palabras y memoria, en Confieso que he vivido dejó escrito el texto más sugerente de cuantos he leído sobre la palabra. Me lo trajo de nuevo, tal que alzado hasta el cielo, un lector -¿una lectora?- que mentaba palabras sobre princesas, y yo lo traigo aquí.

La palabra

…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.

(Pablo Neruda, Confieso que he vivido, 1974)

sábado, 12 de febrero de 2011

jesús, diez años

Diez años sin nosotros o, mejor, de nosotros sin él. Y sigue intacta su capacidad para congregarnos en torno a su huella a sus amigos. Vamos llegando, de a pocos, cada año en número que varía según los avatares del tiempo, las urgencias, las solicitaciones de otras citas. Alguna foto, besos siempre, y la pregunta: por la salud, por los hijos, por los nietos -van viniendo-, por la vida. Después, lectura casi siempre: ayer se sumó Montse. Y luego copas, o una cena, una comida. Y el amable reir y conversar.

Se prepara, me dicen, una fausta antología. De recuerdos, de versos, de fotos y lecturas. De añoranza. Que no en vano el tiempo pasa. Que fueron muchos, ¿verdad?, quizás que demasiados, los años sin nosotros.


No llueve en estos días. Y hace raro.
Vemos pasar el tiempo, y vemos que no pasa,
que se queda aquí, tozuda y terca, aquella crisis
de la que entonces hablamos, y hará de eso ya dos años.
Parece que hace nada. Y no se habla de otra cosa.

Ha bajado el precio de las casas. Ahora,
cuando no salen las cuentas y el ahorro
-quien lo tenga- se mira temeroso en el futuro.
Que nos suben, Jesús, la edad de las pensiones
y poco es el tiempo que nos queda
para nuevas aventuras.
De quedarse,
las pasiones y los sueños -también nosotros tercos-
que nos ensanchan el alma y nos dan vida.
Ojalá y tú…, y lo pienso, y me emociono.
Ojalá y tú… en la edad jubilar de la alegría.

En las calles de Egipto parecen hoy temblar los faraones
mientras habla el dictador y calla, las maletas preparadas
y el dinero de sus glorias bien guardado
en algún banco sin dios y sin honores.

Aquí estamos de vuelta tus amigos. Más febrero.
Es el mes de las bandadas de cigüeñas
y puede que también del cosquilleo,
el mes que eligen
las mariquitas sabias que se posan suaves en tu dedo.
Este año también yo, con los que quiero,
definitivamente ido mi sueño americano
(que no los versos ni Darín ni las novelas,
ni Villamil ni Piglia ni los pasos de otras huellas,
ni los secretos de sus ojos todo tango)
y enredado en las penumbras de tu tierra,
tal que perdido.
A renacer con su oro luminoso
presente en mí cada mañana cada día.
Pan y café y sudor altivo, de tu Jaén
tierra callada.

Celebramos contigo la victoria de La Roja
y se cumplió por fin un sueño: ganamos
y fuimos campeones. Y los claros clarines,
de plástico y cartón ahora, que dicen vuvuzelas.
Y la patria una enorme camiseta
roja. Del color de la sangre y las banderas
que antaño dieron fe de otros empeños.

Sabrás ya que Yolanda y Paco son abuelos,
y Rosa (¿te acuerdas?, la de Erato). Julia madre
¡quién lo dijera!, y padre Bruno, los dos entonces críos
y en Ordesa un río de blancas mariposas,
de risas y de juegos: recuerdos de camping en Morillo.

Y quizás también te han dicho -el tiempo vuela-
que Tomás hoy cumple veinte años.
Y que anda a la baja Zapatero, ese muchacho
que negó sus favores a la guerra y los volcó al amor
de las personas iguales sin que importe
si hombres o mujeres, bien civil su matrimonio
si quieren ligar así sus vidas y su hacienda.

Te diré el año que viene cómo han ido
las encuestas que estos días vaticinan
derrotas y amarguras, las que auguran
que estarán en Madrid de nuevo los azules.
Mientras tanto seguiremos
leyendo tus poemas,
celebrando entre amigos la vida y tu memoria,
cuidando de los nietos,
esperando
el tiempo nuevo de cerezas (y de ser posible, rojas).

Añoraré contigo -li prego, signorina- el suave acento
a la italiana de aquel baile dulzón y aquellos besos
que nunca dimos ni nos dieron, soltanto ballo lischio.

Y te querremos, Jesús, al menos como ahora.

Anuncian lluvias, y Mubarak se ha rendido.
Son ya diez años. ¡Diez años!.
Y hace raro.

jueves, 10 de febrero de 2011

xiurell


Chico de interior, mi primer mar fue, contra todo pronóstico, el Cantábrico. Mi primera experiencia del sabor salado del agua de mar, chapuzón con poca fortuna. Aguas de un Bilbao ennegrecido, mediados los sesenta.

Es el Cantábrico un mar masculino, aires de carbón y acero, y un hosco batir de acantilados que lloran naufragios sin retorno. Pero mi mar, la mar que me abrió sus brazos y me señaló el horizonte infinito como norte y senda, femenina y griega, generosa de aceite y vino, es la mar Mediterránea. Y mi isla adolescente, la de almendros de nata, Mallorca.

Allí viví el amanecer temprano de una mar cálida y abierta, la sensualidad de un sol caricia, el acento suau i melós del catalán que guardan Maria del Mar Bonet y Ramon Llull y que quise aprender para entender mejor por qué mi amigo Joan, camas vecinas en aquel enorme dormitorio corrido, soñaba en una lengua que yo no acertaba a comprender.

Allí quedaron mis amigos, y ya para siempre la risa fresca de Ignacia, la chica de promesas imposibles que cruzó un día el mar para dedicar su vida a los más pobres y salvar así -que así lo creyó con fuerza y fe- la vida de su padre, mi abuelo. Y allí, muy cerca de donde ella descansa ahora, se esconde el rincón, sierra y marina, del único paraíso en el que querría yo perderme si algún día me diera finalmente por encontrarme. (Hoy por hoy -y mientras tanto- he dado la espalda a la renuncia y prefiero, sin dudar, la pasión que mata).

A mi isla he vuelto, viaje fugaz, de encuentro con Europa como centro y motivo. Paseo, desinquieto, pels carrers y me asomo al patio que tiene en su sede la Fundación Sa Nostra, la Caja de Baleares, para verme -como siempre, sin remedio- hojeando los libros que se muestran en un estante bajo y con la sorpresa de una colección de cuadernillos (poesia de paper) que acabo comprando. Poesía en castellano, en gallego, en catalán. Un cuadernillo, un euro. Irresistible.

Al día siguiente, trabajo. Y Barceló, y Gaudí. Y un miró de ensueño y azul. Y el mar de veleros en reposo -y, tozuda y terca, la punzada de nostalgia- desde la terraza del Club Náutico.

Me faltaba un xiurell. Los poemas ya viajaban conmigo.

Camino del aeropuerto, la memoria de un S´Arenal casi virgen, camioneta y bocadillo de sobrasada los lunes, y el placer tan cálido -hoy y todos los atardeceres del mundo- de la más soberbia de las puestas de sol. Sin duda, la millor del món.

El número 60 de la Col.lecció poesía de paper reúne poemas escritos por Rafael Juárez, poeta, sevillano de Estepa, entre 1977 y 1987. El primero, Lo que vale una vida, es el soneto que da título al cuadernillo.


Estoy en esa edad en la que un hombre quiere
por encima de todo, ser feliz cada día
y al júbilo prefiere la callada alegría
y a la pasión que mata, la renuncia que hiere.

Vivir entre las cosas, mientras que el tiempo pasa
-cada vez menos tiempo para las mismas cosas-
y elegir las que valen una vida: las rosas
y los libros de versos, y el viaje y la casa.

Hasta ahora he vivido perdido en el mañana
-seré, seré, decía- o en el pasado -he sido,
o pude ser, pensaba- y el mundo se me iba.

Ahora estoy en la edad en la que una ventana
es cualquier aventura, y un regalo el olvido.
Ya no quiero más luz que tu luz mientras viva.

indignos

Estoy viendo, no sin pena, cómo diputados y dirigentes del PP convierten nuestras Cortes en un deplorable espectáculo que degrada más aún la imagen y el prestigio -aquí vale lo de justos y pecadores pagando por igual- de quienes tienen como obligación ser depositarios de la soberanía popular, y ejercer con dignidad esa representación.
Castilla-La Mancha no se merece este trato ni a los dirigentes de esta derecha, que no es responsable ni de orden. Paladines del desgobierno que aspiran ni más ni menos que a gobernarnos.
En democracia hay líneas (no diré que rojas, por no molestar) que no se deben traspasar.

domingo, 6 de febrero de 2011

jabón de olor

'(...) A lo lejos, el mar, una lámina de metal hirviente. Y las dos palabras (Matías, mamá), juntas, unidas, enredadas; y, con ellas, otras palabras de entonces, cálida ola doméstica que se levanta y cae y se vuelve a levantar. Hay helado de nata en la nevera, hay chocolate en la jícara, hay jabón de olor en la jabonera del baño, hay betún negro en el cajón donde se guardan las cremas. Huelo a betún, a tinta, a tiza. Las palabras traen todo, traen el olor, traen el color, traen el sabor. No traen nada, pero lo traen, traen su representación en algún lugar. Traen la mentira de que recuperas algo; y no, son sólo palabras engañosas que te hacen ver sin ver, oler sin oler. Aquel olor en las manos, el frío por la mañana, la bufanda, los guantes. No salgas sin taparte bien la boca con la bufanda, abrígate (...)'.

Rafael Chirbes termina de escribir y pone el FIN a Crematorio en Beniarbeig un día de febrero de 2007 que no nos precisa. Y yo finalizo su lectura cuando ya avanza la madrugada de un día como el de hoy, domingo de febrero, (re)leyendo los Agradecimientos finales entre los que descubro a Rafael Solaz (bibliófilo, documentalista, escritor: de todo ello me entero ahora), después de saborear el placer de esa Estampa invernal de Misent que cierra el libro y concluye con la imagen de un olor, ese 'olor dulzón, de vieja carroña, que impregna el aire.' Que así se clausura esta enorme, grandísima novela que su autor construye en torno a la imagen inicial de Matías, el hermano muerto ('tendido sobre una sábana, sobre una lámina de metal o sobre un mármol'), en el tiempo breve -puede que no más de una hora- de un atasco en el encierro de su coche en que Rubén, el arquitecto que oye a Schubert en esa calurosa mañana de verano -las diez y cinco, treinta y cuatro grados, y la playa 'ya de buena mañana atestada de bañistas'-, ajusta cuentas con su vida y con su tiempo.
Con nuestro tiempo, espejo de vidas como las nuestras, las de tantos (y tantas) como soñamos -hier encore, j´avais vingt ans- con cambiar el mundo, un tiempo que se resume en esa potente metáfora del crematorio ('epílogo de su mundo') donde se clausuran y se vierten en cenizas los sueños que los viejos amigos arrastramos en esa larga marcha tras la derrota, vencidos en la lucha final.
Un fresco, un retablo político y moral, que no requiere del oficio de Silvia, la hija restauradora, que tiene como territorio a ese macondo mediterráneo que llama Misent y como paisaje de fondo y motor el dinero, la construcción, el capitalismo y la cocaína. Que tienen, se dice, 'mucho en común, además de algunas cuentas corrientes engordadas deprisa. La hiperactividad, el empeño por luchar contra el tiempo. Capitalismo y cocaína, ese frenético no parar.'
Y un fracaso adicional que sumar al de quienes no sólo no hemos alcanzado a cambiar el mundo sino que seguimos sin entenderlo y sin saber explicárnoslo: el fracaso, terrible y destructor, de la familia. Quizás las páginas más lúcidas, y las más duras, las que hablan de la madre.

Al final, cada lectura pide -exige, diría yo- nuevas lecturas. Leer no sacia: es hambre de más libros, sed de palabras. De esas que son representación y engaño y verdad, fuerza capaz de ser lo que no son, de crear mundos y hacerlos caer, de estar en lugar de y evocar, e invocar, lo que debe ser y aparecer, caído el velo que lo oculta. Jícara, jabón de olor, betún, bufanda. Olores y calor, sabores. Nata -o fresa- y chocolate.

Mientras vuelve Chirbes, ya está de nuevo aquí Marsé, ahora calígrafo de sueños. Y el viernes (h)ojeé Azul sobre azul, de Manuel de Lope, otro de mis favoritos. Seguro que Antonio Soler escribe ya una nueva alegría. A B., que eligió dejarse ir pero no olvida, allá donde ahora esté le gustará. Y yo la espero.

A veces hay palabras que son regalo de procedencia desconocida, y que se dirigen a destinatarios desconocidos, al menos aparentemente. Un juego placentero. Ayer, enredando entre versos, me encontré con unos de A. Gamoneda, especialmente hermosos, que no conocía hasta que llegaron de esa manera tan especial. Y tan grata.


El animal que llora, ése estuvo en tu alma antes de ser amarillo;

el animal que lame las heridas blancas,

ése está ciego en la misericordia;

el que duerme en la luz y es miserable,

ése agoniza en el relámpago.


La mujer cuyo corazón es azul y te alimenta sin descanso,

ésa es tu madre dentro de la ira;

la mujer que no olvida y está desnuda en el silencio,

ésa fue música en tus ojos.


Vértigo en la quietud: en los espejos entran sustancias corporales y arden palomas. Tú dibujas juicios y tempestades y lamentos.


Así es la luz de la vejez, así

la aparición de las heridas blancas.

sábado, 5 de febrero de 2011

voces

chistar
bisbiseo
cuchichear

susurro

por eso algún día

Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche;
un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias.
Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar
y que no mire a las estrellas.
Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel
y que convierta en palabras tu mirada.
Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti,
un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo.
Algún día te escribiré un poema, el canto de mi dicha.

(Darío Jaramillo, en Poemas de amor, 1986)

viernes, 4 de febrero de 2011

jueves, 3 de febrero de 2011

redención

La memoria del dolor, como la de la pena o la del miedo, es sólo lingüística. Afortunadamente.
Ni el dolor redime, ni la culpa. Tampoco el miedo. Ni la pena tampoco.
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