sábado, 13 de noviembre de 2010

ejercicios de lectura VI(bis)

          -Mi madre a veces se olvida los libros que ha leído en los sillones del jardín. No sale casi nunca al aire libre, y cuando sale usa anteojos oscuros porque no le gusta la luz del sol, pero a veces se sienta a leer entre las plantas, en primavera, y suele murmurar mientras lee, nunca pude saber si repite lo que está leyendo o si -como yo misma suelo hacer a veces- habla sola en voz baja porque los pensamientos le suben como quien dice a los labios y entonces habla sola, vaya a saber, o quizá tararea alguna canción, porque siempre le ha gustado cantar y yo de chica he amado la voz de mi madre que me llegaba a veces desde el fondo de la casa cuando ella cantaba tangos, no hay nada más bello y más emocionante que una mujer -como mi madre- joven y bella cantando sola un tango. O tal vez reza, tal vez dice una plegaria o pide ayuda, mientras lee, porque lo cierto es que sus labios se mueven cuando está leyendo y no se mueven cuando deja de leer -contaba Sofía-. A veces se queda dormida y el libro se le cae en la falda y al despertar parece asustada y vuelve rápidamente a su “guarida”, como llama mi madre al lugar donde vive, y se deja el libro olvidado y ya no se anima a salir a buscarlo.
-¿Y qué lee? –preguntó Emilio.
-Novelas –dijo Sofía-. Llegan en grandes paquetes una vez por mes las entregas para mi madre, las encarga por teléfono y siempre lee todo lo que ha escrito un novelista que le interesa. Todo Giorgio Bassani, todo Jane Austen, todo Henry James, todo Edith Wharton, todo Jean Giono, todo Carson McCullers, todo Ivy Compton-Burnett, todo David Goodis, todo Aldous Huxley, todo Alberto Moravia, todo Thomas Mann, todo Galdós. Nunca lee novelistas argentinos porque dice que esas historias ya las conoce.

(Ricardo Piglia, Blanco nocturno)

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