jueves, 11 de noviembre de 2010

ejercicios de lectura VI


La noche había caído sobre la casa  y ellos seguían en los sillones, en la galería, con las luces apagadas, salvo un velador atrás en la sala, mirando el jardín tranquilo y las luces del otro lado de la casa. Al rato, Sofía se levantó y puso un disco de los Moby Grape y se empezó a mover bailando en su lugar mientras sonaba “Changes”.
     -Me gusta Traffic, me gusta Cream, me gusta Love -dijo, y se volvió a sentar-. Me gustan los nombres de esas bandas y me gusta la música que hacen.
     -A mí me gusta Moby Dick.
     -Sí, me imagino… A vos te sacan los libros y quedás en bolas. Mi madre es igual, sólo está tranquila si está leyendo… Cuando deja de leer, se pone neurasténica.
     -Loca cuando no lee, y no loca cuando lee…
     -¿La ves ahí…?, ¿ves la luz prendida…?
Había un pabellón del otro lado del jardín, con dos grandes ventanales iluminados en los que se veía una mujer con el pelo blanco atado, leyendo y fumando en un sillón de cuero. Parecía estar en otro mundo. De pronto se quitó los anteojos, levantó la mano derecha y buscó atrás, a tientas, en un estante de la biblioteca que no se alcanzaba a ver, un libro azul, y luego de ponerse la página contra la cara, volvió a calzarse las gafas redondas, se arrellanó en el alto sillón y siguió leyendo.
     -Lee todo el tiempo –dijo Renzi.
     -Ella es la lectora –dijo Sofía.

(Ricardo Piglia, Blanco nocturno)

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