domingo, 7 de noviembre de 2010

de la a a la z

El viernes fue de nuevo noche de encuentros. Noche de homenaje merecido y reconocimiento a Manuel Criado de Val, hijo adoptivo de Castilla-La Mancha y ahora también de la provincia de Guadalajara, que ése era el motivo de la reunión, convocados allí por la Diputación provincial para hacerle conocedor de la distinción.
Se cumplen este año, además, los cincuenta de vida del Festival Medieval de Hita, quizás la mejor obra de don Manuel, que ha devuelto a la pequeña gran ciudad una identidad y un vigor que no reconocería hoy su más célebre Arcipreste, el poeta y autor del Libro de Buen Amor.
Saludos, afecto, y gratitud. A las personas que, como él, nos dan mucho y nos ayudan  a reconocernos en nuestra lengua, nuestras costumbres y nuestra historia y, por tanto, a conocernos mejor. A ser mejores. Así se lo dije, con el deseo (y la certeza) de otros cincuenta años más de vida y gloria al Festival, y a su creador.
Me quedé corto, que eso me pasa cuando me contengo. Don Manuel aseveró que no pensaba morirse, y todos contentos. Puede que el que más, el alcalde de Hita, el joven -y nervioso la otra noche- Alberto Rojo.
Oficiaba por allí de algo, bien podría ser de testigo, Pepe Sacristán, que es presencia que regala sosiego, su mirada siempre atenta. Hace tiempo, demasiado, que no hablaba con él. Una fiesta en Mora, la del Olivo, fue el último encuentro. Hasta el viernes.
Para recuerdo, el primer encuentro con Criado de Val, allá por los primeros años setenta, en un programa de la televisión: De la A a la Z. Presentaba Clara Isabel Francia, guapísima, y yo era parte, con Florencio y Domingo, de un trio de muchachos -que lo éramos en aquel tiempo- que leyó casi a destajo la obra completa de muchos autores en lengua castellana para ir ganando, semana a semana y durante meses, las tardes del concurso. Y cada tarde, cuatro mil pesetas 'de las de entonces'.
Descubrir un plató por dentro, los pasillos de Prado del Rey, la apariencia brillante (blanco y negro los colores de la tele de entonces) de una realidad más que empobrecida, el 'corten' cuando algún 'coño' se escapaba (para ser remendado de inmediato), los azares del caso, la fama del momento (familia y amigos, sobre todo, la gente de nuestros pueblos manchegos y alcarreño) que hasta el París del Louvre llegaría (y recuerdo como si ayer la cara de Nacha, sorprendida, y la invitación de aquel compatriota). Hasta que una mala decisión, que dos son más que uno, confundió las ricas hojuelas de las que bien sabía yo por la propia y dulcísima experiencia de comer todos los años las que hace la prima Julia, con las hijuelas o partes en las que se dispone una herencia. Y perdimos. Tanto, que a las pocas semanas el programa desapareció.
Íbamos en taxi hasta allí, y comíamos en la tele. Lo pasamos bien, y se fortaleció nuestra común pasión por la lectura.
Aquel programa me permitió salir de España. Fue mi segunda vez, que de la primera a Roma -muy distinta- ya contaré cuando haga al caso. Y París el destino, que algo de eso sí he puesto por este cuaderno sin papel.

Don Manuel Criado de Val, doblemente hijo adoptivo, hizo alarde de un discurso claro y lúcido. A sus noventa y tres, y sin papeles, es de celebrar. Después, a la despedida, me confesó que nunca entendería por qué le apartaron de la televisión. Allí se sentía a gusto.
Pepe Sacristán anda contento en compañía de Miguel Hernández. Y prepara la presentación de la novela premiada de su amigo Eduardo Mendoza. También percibí que se encuentra muy a gusto. No hay nada mejor que andar en buena compañía.

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