domingo, 26 de septiembre de 2010

café en la urss

En la URSS. Siglas que a muchos apenas si les dicen nada. Que lo fueron un tiempo largo como aviso del  miedo, para simular de acero ese telón que caería como cartón, apenas sin más esfuerzo que los de una sociedad civil tan enérgica como escasamente organizada, quieto y como dormido -felizmente dormido- aquel feroz tigre de papel que llamaban  Ejército Rojo, de poca gloria después de haber puesto millones de muertos en la derrota del nazismo.
Eran los albores de la perestroika (¿quién se acuerda ya?), una esperanza renovada de respeto de los derechos civiles, camino abierto a la democracia en el corazón de una dictadura que decían del proletariado (y nosotros: '¿dictadura?, ni la del proletariado'). Y se reanudaron contactos y relaciones. Uno de los primeros, quizás el primero, me llevó a Moscú y Kiev, donde descubrí -además de lo poco que éramos y representábamos- a los niños de Rusia, ya tan mayores y entrañables, las miserias de lo que nunca debió llamarse socialismo, la belleza de los ojos más bellos nunca soñados -ella allí, monasterio de Labra- y del ballet y la ópera (tres en siete días). Entonces supe por fin lo que es el frío en un koljós, y respiré en las calles de Ucrania el polvo que regaban a la mañana por si acaso lo de Chernóbil, tan cercana.


Pero se trata hoy de algo menos épico. Al tratar de poner orden en el tiempo caótico de la vida aquietada en las viejas fotos, me encuentro ésta de aquel viaje. Habíamos quedado en un café con nombre fácil de pronunciar. Ya entonces me gustó, Romántica. Por aquí y ahora sonaría cursi.

1 comentario:

  1. Yo no creo que el término "romántica" sea cursi, ni que dependa de cosas como el espacio y el tiempo.

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