miércoles, 21 de julio de 2010

todos los cervantes del mundo y el santo grial


El eco del sonido del tren se fue alejando, y la inteligencia de ese juglar soberbio que es El Brujo lo hizo dragón y dispuso allí mismo un desigual combate entre don Quijote y el AVE. De desenlace incierto, pienso yo.
Sucedió en Alcázar de San Juan, cuna temporal y abrazo de todos los Cervantes que por el mundo dispersos cuidan de la palabra -otros caballeros, y damas, de la palabra- y ensanchan este ya de por si vasto territorio de la Mancha.
Se reúnen estos días por aquí los directores y las directoras de los Institutos Cervantes que tenemos dispuestos por el ancho mundo para acoger a quienes se quieren acercar a la lengua española y a sus muchos misterios, gozosos todos ellos. Carmen Caffarel, como una madre amantísima, garantiza un Cervantes vivo (y es que podemos seguir, como ayer, hablando de metáforas).
Sucedió en el cerro de San Antón, al pie de otros molinos, abrigados nosotros y como escondidos en el refugio de la que fue cantera y fuente -de piedra, por más señas- para el tendido del ferrocarril. Y se obró de nuevo el prodigio de la palabra, y brilló a la luz de su luna el santo grial.
Oficiaba El Brujo. El mago. El caballero de la palabra. El que nos hechiza y nos divierte, capaz él de convocar la sonrisa y la ternura o el llanto, emoción del lenguaje que es habla y ademán y gesto.
Y a su embrujo sucumbieron los gigantes. Y las mozas del partido son ya, para siempre, doñas. El don del corazón del caballero. Milagro del amor y la palabra.
De testigo, sin par entre muchas, una dama, la de la Blanca Luna.

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