lunes, 5 de julio de 2010

años con tirso



El Tirso de Molina, que fue mi Instituto de Madrid, va a ser demolido. Y me llaman para invitarme a un acto de celebración y despedida. Sería el 29 de junio, a las siete y media. Después jugaba España contra Portugal.
Me dijeron que si quería escribir algo -no más de 50 líneas- lo mandara pronto. Escribí, sí, pero no lo envié: sólo recordaba emociones y sueños, un material poco adecuado para revistas escolares.
Y aquí lo dejo puesto.


El nombre del Tirso me sigue sabiendo a hierba y a la sonrisa dulce de Nacha, capaz de vencer al tiempo. El Tirso me suena a libros y guateque, garito estrecho y viaje a la Mallorca de donde había vuelto yo unos meses antes. Mi primer año, chicos -y chicas, juntos por primera vez- del último Preu. Mi primer amor (¿hace falta decir que platónico?: la chica de pelo larguísimo y pecas ni siquiera sé si se enteró) y, con él, un deseo cuyo nombre no acierto a descubrir, y mis primeros desvelos. Curso 69/70, y 15 años. Compromiso creciente, mirada que se hace más ancha y quiere abarcar el mundo, hijos nosotros del 68 que fue en París. Mi primer París sería después, con Nacha bebiendo libertad y recontando sueños, La Joie de Lire y la Maga, estanque donde juegan des enfants aux yeux noirs y nosotros peleamos con la resaca. Libertad allí, aquí aún años de espera. De esperanza, compromiso y lucha. Las que fueron también mías desde entonces.
Una pasión que crece, la de leer. Y una pasión que no conocerá fin, la amistad. Luis Miguel y Pedro, Manolo, Nico y Ramón, Mayte, Consuelo, Angelines. María Jesús. También Alfredo, y Gaspar, y Julito. Y siempre, Nacha. Y la música: ¿la ha habido acaso mejor desde entonces? ¿Y el pulpo?, ninguno como el de El Rincón Gallego, y la navidad que es del color de la sansilvestre vallecana, cuando el cine se llama París, Río, Bristol o San Diego. O Palomeras.
Al Tirso volveré años más tarde, 1978, profesor en prácticas. Y allí me quedaré, enseñante donde me enseñaron, pequeño orgullo de todos los docentes que lo podemos sentir. Otras pasiones, envueltas unas en las otras: la enseñanza, la filosofía, la política. Antonio Rodríguez Huéscar, exiliado y orteguiano, y Teresa. Filosofía: Paz, a la que no volveré a ver, y Ana. Teatro, el de Eduardo y Mamen. Cine con cineclub, 2001, otro Eduardo. Y Vicente, el catedrático albañil, ecos de León Felipe en la mirada de María José. Ricardo Zamorano, su arte que entonces no aprecié como se merecía. El rigor callado de Mercedes, la literatura. Santiago, el maestro, y Pedrito ya un ligón. Fernando, el camarada y amigo, y Maite. Y una capilla que se convierte en espacio de todos.
La ultraderecha mata a nuestros alumnos. Y celebramos la vida condenando la muerte. Trabajamos con los padres y las madres. Y queremos a nuestros chicos. Y es larga la noche en que busco en las comisarías a dos que no aparecen después de una manifestación con obreros muertos, Paseo de Valencia, contra aquel primer Estatuto de los Trabajadores.
En abril festejamos, con claveles, que nos queda Portugal en el recuerdo. Isidro, que nos dejó, entona Grândola-vila-morena. Y un homenaje a Vallecas con Sabina (‘pongamos que hablo de Madrid’) de fondo. Antonio, que también se ha ido, escoge las diapositivas. Pedagogía y compromiso, que estrenamos libertad y tenemos el alma con ansia de futuro. Vallecas, el Pozo, Entrevías. El mundo va a ser limpio y nuevo.
Otra noche larga, y densa (y el Rey que no sale, las ventanas de la Albufera todas con luz), Fernando y yo, solos, imprimimos allí, ciclostil que suena hoy a prehistoria, las octavillas que de madrugada llamarán a los vallecanos en las bocas del metro, en las estaciones del tren, en las paradas de los autobuses, a resistir civilmente el golpe de Estado. Jamás olvidaré la mirada agradecida de esas mujeres, de esos hombres: estábamos allí, con ellos, los suyos, la gente del pecé. Y dábamos la cara. Y mi cara, días después, primer plano en la portada de El Alcázar, aquel periódico golpista y facha.
Ironia: el golpe me sorprendió preparando con los alumnos los carnaveles de aquel año. Y aprecio: aquella conserje, viuda de coronel, me ofrece su casa. ‘Véngase conmigo, allí estará usted a salvo’.
Dejé el Tirso en el 82, por ver si recobraba mi vida. Dejé Madrid, y Vallecas. Y quedaron mis amigos, muchos que se fueron después borrando con el tiempo y la distancia. Y prometí volver. No lo hice cuando tuve ocasión.
Me dicen que tiran el viejo edificio. Y vuelvo a esa cita con la añoranza. Yo, que siempre he predicado que sólo una nostalgia nos está permitida: la de futuro.

Me mencionan los padres que intervienen en el acto de reencuentro y despedida, y me citan los alumnos, que recuerdan aún las lecturas que les recomendaba (Rebelión en la granja, Farenheit 451, 1984...). Y me enorgullece. Pero ya no es mi sitio, y por momentos me voy sintiendo ajeno, casi un extraño.

4 comentarios:

  1. Gracias profe.....nunca te olvidaré.
    La nostalgia a veces también es una buena medicina.

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  2. Gracias a ti. Seguro que me ayudaste a ser mejor.
    Si quieres, escríbeme. No hay mayor gratificación para un profe que saber de sus siempre jóvenes alumnos.
    Abrazos.

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  3. Me ha encantado leer estas palabras que dedicas al instituto Tirso de Molina, donde mi hija Llanos comienza una nueva andadura por su vida como profesora.

    Y me gustaría que ella se contagiara de toda la ilusión y sabiduria que detallan estas bonitas palabras, sabiendo que vienen de ti. Un abrazo.

    Eu.

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