viernes, 28 de mayo de 2010

de rayuelas y diplomas


Me andaban naciendo por estas tierras que hoy se dan en llamar Castilla-La Mancha cuando Cortázar escribía en París su Rayuela y perdía el sueño -a veces, también la paciencia- con el desorden aparente de la Maga. Años más tarde, no cumplidos los veinte, respiré libertad con Nacha y chambre de bonne, resaca soleada en los jardines de Luxembourg, y la lectura de Rayuela en el París que estrenaba su último tango, apostado cada tarde en le Pont des Arts por si acaso la sombra de la Maga.
Y allí aprendí cómo la libertad era la única ropa que a ella le caía bien. Y qué difícil es atrapar los sueños en un papel. Por eso cada vez vuelvo sin remedio al estanque donde juegan los niños con sus barcos, incluso cuando no es tiempo de cerezas.
Cerca de La Joie de lire, y por un franco, uno podía comprar Le droit à la paresse, esa otra vida de un Marx vivo en cada esquina.
Ahora, cuando acaban de saberse las cartas que recrean la tarea del autor afanado en la escritura de su novela, se vuelve a editar con una portada que recrea aquella rayuela en negro y blanco de la primera edición. No sé dónde se perdió la mía, la que leía cada noche para hacer al día siguiente de las palabras vida, una confusión que ya no me ha abandonado nunca. Tampoco sé en qué rincón del olvido ha quedado el nombre de aquel hotel barato, ducha común en el pasillo y bidé en la habitación, y su ubicación.
Volveré sobre mis pasos lectores, y visitaré de nuevo la novela que no he dejado de ojear (con mis ojos, sí) desde entonces como al descuido, sin método, confiado a la necesidad del azar. Siempre Oliveira. París partout. Y el sueño reencontrado.
Mientras, leo despacio los versos del poeta apartado que hablan de sonrisas sedentarias y de tardes serenas. Del perfil de las fresas untadas del veneno especial de las horas tristes, y de la magia de esos años.
Semana de entrega de diplomas. Las chicas de bachillerato, espléndidas y jóvenes como aquéllas del último Preu, celebran la primavera con el aborozo de su título recién estrenado. Y se produce también ahí el asombro del tiempo y la añoranza y la belleza. Muchachas en flor. Y a su sombra, un orgullo de mujeres presentido.
Cuando muchacho, en nuestros juegos de pueblo manchego no se conocía el nombre de rayuela. Le llamábamos tocalé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...