jueves, 1 de abril de 2010

jueves sin pasión

Me gustan los jueves cuando son completamente viernes. Pongamos, por ejemplo, que un viernes de Dolores. O si son lunes de Pasión como el que Rodolfo Serrano nos regalaba el día 22 para que así viniera más audaz y puntual la primavera, anticipo de reencuentros que nos permitieran volver a ser dioses inventando el paraíso.
No me gustan estos jueves sin pasión, que me envuelven en una suerte de melancolía que no es otra cosa que mi permanente nostalgia de futuro. Jueves que se parecen a aquellos otros del pasado lejano que imponía los días sin: sin cine, sin música, sin tele, sin radio. Las expresiones de lo que aquéllos entendían soporte y cauce de alegría. Tristes por decreto. Dios había muerto, y por eso mismo todo quedaba prohibido. Tardarían mucho en entender que, sin quererlo, anunciaban esa otra muerte de Dios en la que todo estaría permitido.
En este jueves de escasa santidad se habla del Barça (soberbio, titula EL PAÍS en su portada), y se puede ver El escritor -soberbio Polanski, malgré tout- en muchos cines. Y hasta se puede soñar con un mar en calma, azul y verde en gris como aquel mar de olivos que se convirtió en poema, y con escribir la fantasía de esos sueños en una travesía tranquila. Bastaría con que nada en ella nos fuera ajeno.
Jueves de lecturas. Busco entre mis libros los de Manuel Rico, y encuentro Una mirada oblicua en compañía de otros de Juan Iturralde, Manuel Longares y Agustín Gómez-Arcos (el autor, leí ayer, favorito de Mitterrand, olvidado entre nosotros). Buena compañía para Manuel.
Recupero unos párrafos que me gustaron hace años de Italo Calvino en Palomar (la dedicatoria, de 1985, a P. por su cumpleaños, habla de volver a ver 'la luna de la tarde'). Y me dispongo al placer de Sudeste, de Haroldo Conti, que me traje de Buenos Aires.
Y no sé si no estaré tratando de suplir así otros olvidos, esas lecturas frustradas. ¿O será el recuerdo del vacío del no saber qué hacer, el qué del tiempo por delante, de las horas así muertas, sin los libros que queríamos?
Un jueves como hoy puede ser buen día para la añoranza. Para recordar el deleite de la escritura de Antonio Skármeta escuchando en la voz de Teresa Stratas ese Youkali Tango-Habanera que sabe a gloria -precursor del sábado- en la película de Trueba. Una música nacida del genio de Kurt Weill y que el azar me llevó a encontrar hace más de diez años en September songs (the music of Kurt Weill).
Skármeta, chileno de Antofagasta y aprendiz de filósofo, soñó de chico que la nieve ardía, y así tituló su primera novela. El azar (o la necesidad, su reverso) me dió la oportunidad, el martes pasado, de ver cómo un grupo de alumnas y alumnos de nuestro Instituto de Molina de Aragón revivía, al interpretar en el Instituto Cervantes de París una escena basada en esa otra de El baile de la Victoria, las palabras y la música de Weill y la voz maravillosa de Teresa.
De eso, ya en tiempo de cerezas, escribiré otro día.

2 comentarios:

  1. Me decepcionas. Creí que eras uno de los nuestros. Ese eslabón perdido de la cocina de subsistencia que aprovecha la primavera para hartarse de espárragos, cardillos y collejas. Has resultado un intelectual desclasado. Sniff, sniff.

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