miércoles, 21 de octubre de 2009

Belleza

Fue un momento irrepetible, por único. Como todos los que damos en llamar mágicos, difíciles de decir y contar, casi inefables. De esos en los que se hace tan presente cómo el lenguaje no alcanza para hablar cabalmente de la belleza, que es sensación y fruición, tan intensa a veces que casi duele, inaprehensible para las palabras (salvo cuando se hacen poesía, salvo cuando el amor habla).
De esa intensidad calma, la belleza que fue llenando el auditorio con las primeras notas del 'andante' tan especial del Divertimento en Re mayor de Mozart. 'Casi un minuetto', me dijo después el director, un Enrico Onofri vital y regalado.
Tocaban las y los jóvenes músicos de Sphera Antiqva. Sucedía en Toledo, un 16 de octubre.
La vitalidad se alojaba en el espejo de los zapatos rojos, y ligeros, de Émera, la chica del contrabajo. A caricia sonaba, y a sencilla naturalidad, la viola de Joaquín Riquelme.
Javier Ulises Illán cruzaba una mirada complacida con Ítaca, violín primero.
Y la emoción fue. Como una tregua en el mundo y en el afán de un día que se hizo así doblemente completo.

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