domingo, 25 de octubre de 2009

Calata


Miguel Calatayud, Calata, es un excelente fotógrafo. Y muy buena gente. De esa que lleva la humildad en la cara, y en los ojos un ansia enorme de saber. Tanta, que la sonrisa se le sale de esos ojos tan especiales, de los que acostumbran a mirar las cosas del mundo con las ventanas del alma.
Otro que nos regala, con solo abrir su blog, fotos de aire fresco, sencillas y profundas, misteriosas siempre como ese misterio que depara la fotografía cuando es relato bien contado, cuando se vuelve poesía (y no necesita, entonces, contarse).
Calata va anotando con sus cámaras las historias de nuestra tierra, contando con sus ojos y sus manos la Historia reciente de Castilla-La Mancha.
Un genio sencillo que se esconde entre lagunas de salitre y horizontes sin fin. Y que nos deja relatos de formas y colores como los que aquí os muestro.
Gracias, Miguel.

Los lunes, poesía

Rodolfo Serrano, antes que ser casi más conocido como padre de Ismael, ese chico que canta y enamora, era ya uno de los periodistas a los que daba gusto leer. ¿Recordáis aquellas crónicas de los debates en la Asamblea de Madrid? (Por cierto, aunque las crónicas ya no son, ni remotamente, lo que eran, ¿qué es de los debates?). Periodista lo sigue siendo, aunque sólo fuera por hacer bueno el lugar común de que hay profesiones -además de la de cura- de las que no se puede dimitir, y escribe tan bien como siempre, o mejor incluso, en un diario de los que llaman digitales.
También ha escrito libros, y alguna novela que quiso ser policíaca de personajes demasiado (ir)reconocibles.
Pero tiene Rodolfo una faceta que me gusta contar, por aquello de difundir y, sobre todo, compartir. Como un obrero diligente de la palabra nos regala en su blog todos los lunes -y a veces algún día más- un poema. Siempre suelto, ágil, de amor -y sus contrarios- las más de las veces, de nostalgia de manera permanente.
Un poema que llena los ojos de emoción y de ternura. A Rodolfo le gusta la gente, y le gusta el mundo. Puede, casi seguro, que no éste, por lo que sigue porfiando en cambiarlo. Aunque sea el que le proporciona el material de sus sueños, hechos felizmente palabra y corazón.

Cosas de la edad


No sé por qué me pasa. Será porque estoy viejo,
pero prefiero ahora el frescor de un gintonic
al calor de unos cuerpos que ya no me acarician.
Y una tarde perdida viendo pasar las nubes
a una madrugada de incierta pasión loca.

Será que pasa el tiempo, pero he de confesarte
que prefiero una charla sobre libros o cine
a promesas de amor que no puedes decirme,
y, si puedo elegir, me quedo con la risa
de una mujer extraña que me mira en el metro.

Es verdad que el recuerdo de tu sexo y tus labios
todavía me conmueven en las noches de insomnio.
Y que te añoro tanto como si nunca hubieras
sido aquella mujer de sueños y metralla,
cuando sólo tenía tu nombre para ahogarme.

Pero, ya que lo digo, tendré que confesarte
que confundo tu piel con la piel de las otras.
Y dudo que tus brazos pudieran contenerme
más allá de los veinte segundos del orgasmo.
Y no sé si podría fumarme un cigarrito.

Así que así las cosas, esta tarde
hagamos el amor en estos versos
que no serán los últimos,
amor, que yo te escriba.
Y ni siquiera serán los más sinceros.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Belleza

Fue un momento irrepetible, por único. Como todos los que damos en llamar mágicos, difíciles de decir y contar, casi inefables. De esos en los que se hace tan presente cómo el lenguaje no alcanza para hablar cabalmente de la belleza, que es sensación y fruición, tan intensa a veces que casi duele, inaprehensible para las palabras (salvo cuando se hacen poesía, salvo cuando el amor habla).
De esa intensidad calma, la belleza que fue llenando el auditorio con las primeras notas del 'andante' tan especial del Divertimento en Re mayor de Mozart. 'Casi un minuetto', me dijo después el director, un Enrico Onofri vital y regalado.
Tocaban las y los jóvenes músicos de Sphera Antiqva. Sucedía en Toledo, un 16 de octubre.
La vitalidad se alojaba en el espejo de los zapatos rojos, y ligeros, de Émera, la chica del contrabajo. A caricia sonaba, y a sencilla naturalidad, la viola de Joaquín Riquelme.
Javier Ulises Illán cruzaba una mirada complacida con Ítaca, violín primero.
Y la emoción fue. Como una tregua en el mundo y en el afán de un día que se hizo así doblemente completo.

sábado, 10 de octubre de 2009

Sobre la indecencia. Una reflexión moral

El gozo de tener amigos se hace, a las veces, especialmente intenso. Aunque sea en la distancia. Y ese es el caso de Enrique M. de la Casa, que escribe como dios, si es que el don de la buena escritura alcanza a la inmortalidad, y piensa como un hombre capaz de pensar a lo grande.
Irónico y mordaz, claro como el agua clara que no pasa -todavía- por su río Tajo, inteligente y, por ello, con la carga a cuestas del pesimismo de la razón que de tanto en tanto alivia -bien lo sé- el optimismo de la voluntad, Gramsci que nos pesa.
Si no fuera así, desistiría(mos) de esa terca insistencia en la vindicación de la educación y la política. En la necesidad de esa educación para la ciudadanía democrática cuando una ciudadanía sin la guía de los valores de la decencia y la honestidad se declara dispuesta a votar (más) al partido del traje gratis, el jaguar invisible y la correa.
Lúcido y resistente, está asociado sin remedio al club de los reincidentes. Con el periodismo en el alma y la vida en un blog, es la suya una reflexión moral al filo de los afanes y los días. Magistral, sin moralina, a contracorriente si es preciso, y nunca a destiempo. Vean, si no, una muestra.

'Sensibilidad
Lucen de otra manera estos caprichos gurteleros. No son aquella caspa de abrigos y cafelitos. Estos son de la España imperecedera. No hay nada más que verlos y, sobre todo oírlos. Esa Ana ignorante de los jaguares que aparecen en el garaje del chalet; ese Costa caprichoso de coche y reloj; ese Camps nervioso por estrechar la mano de Obama, no son Aida o Juan. No, aquí hay un cutis curtido por centenares de años de comer bien. Ese cutis que te deja la cara como cemento y que impide el más mínimo balcuceo. No balbucean para pedir ni balbucean para justificar. Son generaciones entregadas a este cultivo monotemático de la ostentanción. Y al poco de rascar aparece el detalle chocarrero de las lumis al servicio de la contrata. Son de una manera de ser que no desentona. No hay nada más que oír a los creadores de opinión sesgada: no hay manera de que hagan sangre. ¡Ay si hubiera sido un hermano de Alfonso comisionado para conocer Cancún fuera de temporada! Pero ellos y España siguen siendo así.'

Del amor y otras soledades

Ví ayer El secreto de sus ojos, la nueva maravilla de J.J. Campanella, quizás lo mejor que he visto del cine argentino. Una película de amor -de mucho amor- y de soledades que se hacen compañía, en la que los silencios dicen tanto como los diálogos, enormes, de la mejor estirpe del buen cine. Una película en la que, más que mirar, los ojos hablan.
Hay culpa y pena, castigo, recuerdos (y recuerdos de recuerdos, recuerdos que se construyen y reconstruyen para armar la memoria, hasta quedarse -como un lenitivo- con los mejores). Y, siempre, amor.
Hermosa, bellísima, inteligente, cotidiana. Y apasionada. No en vano la pasión -Sandoval, Guillermo Francella, ese entrañable personaje, príncipe vestido de sapo, lo sabe, 'el tipo puede cambiar de todo, pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión'- es ese hilo conductor invariable que describe mejor que ningún otro la identidad que permanece en nosotros más allá de todos los cambios.

La película me ha llevado a Eduardo Sacheri, coguionista, autor de la novela (La pregunta de sus ojos) en que se basa. Lo conocía como escritor de cuentos -y, sobre todo, de cuentos de fútbol, de 'la pelota'- y desconocía su oficio de novelista. Contar, y decir, el fútbol nos ha permitido disfrutar de algunas pequeñas (y no tan pequeñas) obras maestras. Leed esta De chilena, que aúna dos de los grandes afectos de mi pasión y mi memoria.
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