lunes, 15 de junio de 2009

laicidad, democracia, ciudadanía

Uno. La igualdad de los ciudadanos ante la ley y ante los poderes públicos que vienen obligados a respetarla y a cumplirla es condición misma de la democracia. Y los poderes públicos de la democracia deben ser, a su vez, y para preservar esa igualdad, escrupulosamente neutrales (no confundir con indiferentes) respecto de las ideologías o las creencias que los ciudadanos tengan o profesen (o no tengan o no profesen). Porque esa neutralidad es, a la par que garantía de la igualdad, condición del respeto a la dignidad de aquéllos (que nacen, no lo olvidemos, 'iguales en dignidad' y en derechos). Un respeto que legitima a los poderes públicos mismos.
Neutralidad y respeto son otros tantos nombres de la laicidad. Y una democracia sólo puede ser, estrictamente hablando, laica. O no lo es.

Dos. La mirada que se siente única aspira a totalizar el mundo. Y, por lo tanto, a excluir cualquiera otra de las miradas posibles (imposibles, stricto sensu, desde la que se legitima tan sólo pensándose a sí misma porque nunca podría pensarse en relación a otra que, por definición, no cabe). Como mucho, se avendría a considerar a las no idénticas a ella misma, a las no redundantes -pura tautología- pero parejas, meras aproximaciones, atisbos, manifestaciones imperfectas de la sola verdad que ella en su soledad representa y agota.
Una mirada así es negación totalitaria de la democracia, que es igualdad y respeto, y pluralidad. La democracia no es compatible con la mirada única y totalizante, totalitaria, que acaba destruyéndola. O la democracia alberga la pluralidad y la acoge y la sostiene y la fecunda, o, sencillamente, no es.
Democracia e integrismo son términos (y realidades) necesariamente excluyentes entre sí. Más cuando éste aspira -de no hacerlo, dejaría de ser- a definir y marcar, desde su parcialidad, las reglas mismas del quehacer de la ciudadanía toda en sus rasgos más relevantes: qué debo pensar, cómo puedo morir, quién con mi cuerpo, con quién(es) mis afectos, qué con los otros, cuál mi palabra.
La democracia que se ancla en la pluralidad como identidad sólo es si es laica. Es decir, si se abre a todas las miradas sin que ninguna pueda reclamarse como la única (ni siquiera si se quiere 'la más'). Y sólo si se reconoce como democracia en valores que son historia y cultura y hechura humanas sujetas al tiempo y a la imperfección -y nunca naturaleza y eternidad y dogma- se hace digna del nombre que la define, el de 'democracia'.

Tres. Ciudadanos, y no súbditos. Ciudadanos, y no grey. En democracia sólo el ciudadano, la ciudadana, es sujeto, actor, en su relación con la ley, con los poderes que de él, de ella, como pueblo emanan. No puede ser otra su condición.
Y la condición misma de ciudadanía es la autonomía. Se es ciudadano cuando uno se da a sí mismo, en diálogo con los otros más próximos (con el prójimo) y de acuerdo con la norma convenida (nunca impuesta por, nunca sobre-venida), las reglas de su actuar social en que la ética deviene política y el yo da paso al nosotros.
El ciudadano en su ser político no puede admitir alguien 'por sobre', que por definición no sería ya ciudadano y quedaría, pues, fuera o más allá/más acá de la polis. Lo dijo Aristóteles: o más que hombres, o menos, tales los dioses y las bestias. Pero ni unos ni otras están llamados al sagrado ejercicio del voto (tan terrenal, tan otro y distinto a los otros votos) ni se avendrían a contrastar sus razones (sus 'lógoi') con otros en la plaza pública, ágora o foro o parlamento.
Un ciudadano no admite un otro que no sea (su) igual. Porque un ciudadano no puede ser más (ciudadano) ni menos ciudadano que otro. En una mirada que es agregación, síntesis, acuerdo, consenso, convención, construcción a partir de muchas.
Por eso, a los ojos atentos, casi panoptikón, de los poderes públicos de una democracia amable iguales han de ser los ciudadanos sea cual sea su credo religioso. Incluso aquellos que no tengan -que así lo han querido- ninguno. Esos ojos que sí ven sólo pueden ser, para que así pueda ser, unos ojos laicos.
Laicos, luego neutrales. Laicos, luego respetuosos.
Laicos, luego de todos (y todas).

3 comentarios:

  1. Uno:en sentido estricto la democracia es una forma de gobierno, de organización del Estado, en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que le confieren legitimidad a los representantes.
    Dos:la laicidad es la cualidad de la sociedad, el Estado o las instituciones que actúan y funcionan de manera independiente de la influencia de la religión y de la Iglesia
    Tres:a la condición de miembro de una sociedad se le llama ciudadano y a su conjunto ciudadanía.
    Vistas estas tres premisas por separado,torpe error si así se hace,vemos que estos tres conceptos deben estar incardinados y formar un todo, ya que de lo contrario ninguno de los tres,por separado,pueden llegar a constituir una realidad,sino quedarse en puros entes abstractos.
    La ligazón material y existencial de los tres conceptos o entes debería dar lugar
    .a una sociedad libre para tomar decisiones de carácter político,ciudadano,religioso,etc.
    Una sociedad es más libre cuantas mayores decisiones adoptan sus ciudadanos.
    .Un sociedad de ciudadanos libres, porque viven en democracia, deben velar porque sus representantes o signatarios políticos sean tremendamente respetuosos con la libertad digna(derechos humanos)de aunque solo sea por uno de sus miembros.
    La sociedad(ciudadanía)deberá permanecer alerta para que no se conculque el derecho de ninguno de sus ciudadanos(aunquue sea uno solo)Por ello,la neutralidad religiosa o de creencias del Estado es el primer vínculo que debe unir a sus ciudadanos(cada cual cree lo que quiera y cada cual es defendido por ello=NEUTRALIDAD)
    Laicismo,democracia y ciudadanía son tres conceptos que no pueden desarrollarse por si mismos si no van en perfecta uníón.
    Ninguno,por si solo,puede alcanzar la dignidad que les es propia al hombre.
    No te canso Un fuerte abrazo

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  2. Te puedo enviar la foto de los poderes públicos neutrales manifestando su adscripción religiosa. O haciendo ostentación.
    Te puedo enviar las fotos de las aulas de nuestros colegios. Te puedo mandar las programaciones de las fiestas de Navidad y tal y tal.

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  3. Comparto tus reflexiones, su tono y convicciones.
    Vivo en Uruguay un país en el que Iglesia y Estado se separaron en 1919. Vivimos la laicidad legal como parte de nuestro patrimonio cultural.
    Me sorporende el tono y los énfasis del debate que aparece en la prensa electrónica en España (al menos la que puedo seguir desde aquí) me retrotraen a los primeros años del siglo XX en mi país.
    A Felipe le quería comentar que prefiero no usar como sinónimos laicidad y laicismo. La primera refiere a la independencia y neutralidad del Estado (laico) de instituciones religiosas. La segunda, laicismo, suele aparecer cargada de pre-jucios anti-religiosos.
    Gracias por vuestra reflexión

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