sábado, 3 de enero de 2009

Blanco, negro y sepia: como regalo de reyes.



Ayer presentamos el libro más hermoso de cuantos se hayan hecho (y publicado) en mi pueblo. El empuje, de Teresa, un regalo y una bendición que les ha sucedido a mis paisanos, compañera de entusiasmos (en la educación, en la política, en el amor a la historia y, sobre todo, a sus protagonistas de siempre: las gentes del pueblo). La decisión, de Vicente Enrique, que va camino de ser un muy buen alcalde. Las ayudas económicas, de la Diputación y del Gobierno de Castilla-La Mancha y sus 'Legados de la tierra', y era de buena educación -y así lo hice- reconocer y agradecer al Presidente, José María Barreda, su colaboración para que la memoria de lo que fuimos y por la que somos no se pierda y se actualice.
Me hicieron mis paisanos y amigos el regalo de encargarme el prólogo. Un prólogo, que a duras penas pude leer, emocionado y nervioso, que dice así:

"Merodeaba por las calles todo el día, tenso y preparado para brincar, resuelto a ‘atrapar’ la vida, a preservar la vida en el acto de vivir. Ante todo, ansiaba apresar en los confines de una sola fotografía toda la esencia de alguna situación que estuviera desarrollándose delante de mis ojos"
(H. Cartier-Bresson)



Este libro que tienes en tus manos, querida lectora/lector amigo, es más, mucho más, que la soberbia lección de historia que atesora. Es, sobre todo, una declaración de amor completa. De amor, de vida plena.
Este libro es nuestra vida, la tuya y la mía. La de todos los que en sus fotografías se reconozcan -o reconozcan lo suyo, a los suyos- y por sus fotografías revivan. La vida que encendió la pasión de aquellos jóvenes que asistieron maravillados a la llegada del primer tren a una estación que, aunque ya no exista, por siempre será al ser fotografía: atrapada para siempre en la mirada de los que nunca la conocieron. La vida que impulsó a hombres generosos a levantar sus casas (y una que quiso ser de todos, la del pueblo), a construir templos y escuelas, a sembrar el trigo y cavar las viñas y plantar olivas con que hacer moler a molinos y almazaras, para hacer girar la prensa de la que mana el mosto.
Es la vida que da fuerza a sus mujeres (¡tan fuertes ellas, madres y abuelas, dios las bendiga!) para parir fecundas nueva vida y amamantar de sus pechos a los hijos al calor del fraile o a la sombra fugaz de la siega y, si llegara el caso, dejando por un momento el hilo en la vendimia. La fuerza para ir al horno cuando pan había, para enfrentar la enfermedad y amortajar a los muertos. Siempre limpias, erguidas, de medias y mandiles y pañuelos, polvos blancos y azulete, tablas de lavar, pan de amasar. Fuertes siempre. Y compañeras.
Vidas que se renuevan cada vez que una mirada (la tuya, lectora querida/amigo lector) las mira atenta. Da igual que ya no sean, ni el tren ni la almazara, ni el molino ahora en ruinas, ni esos hombres generosos ni las mujeres fuertes, que esa es cabalmente la fuerza, el poder enorme, el milagro de la fotografía: ayudar a revivir, dar nueva vida. Hacernos ser más nosotros, protagonistas al fin y no sólo espectadores.
La fotografía es, por su capacidad de evocación, de llamada, un arma eficaz contra el paso del tiempo. Por eso, cada una de estas fotografías que llenarán tu mirada, paisano amigo, te llevará aun sin tú quererlo a un ejercicio de añoranza en la que serás tú mismo creador del pasado, y estarás allí aunque el retrato sea el de una joven triste y en el aire la insoportable pobreza de aquellos años de hambre y de tristeza.
Y estarás conmigo, lectora amiga, en que los retratos son aquí el testimonio de inmortalidad que la fotografía permite y ofrece. Los personajes plurales que en el libro están se asoman al objetivo del fotógrafo (del retratista, que decíamos antes) con plena conciencia del presente y con un afán como de eternidad ansiada. Y así queda atrapada su alma, como si quisieran mostrar al futuro sus ganas enormes de vivir y de gozar. Y nos revelan, si hacemos un esfuerzo para mirar más adentro, ‘sus sueños más hondos y secretos’.
Porque uno se retrata para la posteridad, aunque el pretexto fuera, como antaño, el enviar -dedicada, casi siempre- una foto al novio o la novia, a la familia, a los amigos más cercanos.
A buen seguro que nos invadirá la nostalgia. Y es que las fotografías en que este libro sin palabras consiste -porque las palabras sobran cuando las imágenes hablan- retratan, más allá de paisajes o personas, edificios y casas, el alma indeleble del pueblo, de nuestro pueblo. Y el aire que no se deja atrapar, los sueños que sólo en el gesto asoman, el frío que en los sabañones se presiente, el orgullo que en las mulas de esmerado esquile y campanillas pone, caballero en una de ellas, su dueño. O el calor que en el pañuelo de las mozas, presumidas, se presume, o en los sombreros de paja de ellos en la trilla, el cosquilleo de las romerías (ay, sanisidros, palomares, jueveslarderos) ya en las vísperas sentido, o la emoción festiva de los días y los hatos de domingo, insuperable cuando la feria se acerca.
Nostalgia y añoranza, solidario el corazón con esos rostros serios, casi graves, de muchachos que estrenan traje, da igual si nuevo los que pueden o arreglado del hermano o prestado, de primeracomunión. Y con las risas, la frescura contenida, el alborozo de las mozas casaderas. Con el torero aprendiz que manda, altivo, a la cuadrilla: y qué más da si apenas hay presencia de apostura.
Nostalgia, y no añoranza, de los muchachos y las chicas de mi barrio de SantaAna que, descalzos, la talega por vestido, ni ocasión tuvieron de foto ni retrato. No los busques, que no están. Pero existieron. Doy fe, que en mi memoria viven y los quiero.
Y el campo, siempre el campo. Y el río, carrizos, ‘candiles’ y cangrejos, y el olor a pez pequeño que está ahí, sí, ¿no lo ves?, en esa foto en que el Gigüela tiene puente y tren y agua mansa.
Este libro que es regalo de reyes, compromiso con un pueblo y con sus gentes, trabajo largo y amoroso que conduce un corazón grande y amigo (gracias, Teresa, te queremos), nos enseña el latir de la vida y de los sueños. Los de la joven miliciana que esconde orgullosa en su puño levantado su ofrenda de libertad y de emancipación. Los del peón del ferrocarril consciente del poder certero de su trompeta que mueve trenes. Aquellos de esa niña rubia, y sola entre varones, de una Agrupación musical promesa de tantas glorias venideras, flordelamancha. Los que suman, casi doscientos, los chicos que acudían -las chicas por su lado, que eran tiempos de imperio y cartónpiedra- a las escuelas de la Villa. Los de Higinia y Engracia, cántaros de acarrear agua del pozo, firmes y guapas. El de Dionisio de corto, escuela del 31, primavera republicana, con el libro al que no mira por mirarnos a nosotros: a ti y a mí y a todos.
Este libro, que es ya de todos, es para mí -perdonadme la inmodestia- un honor especial que me hace inmortal ya para siempre, y para siempre niño con Julia en San Isidro junto al río, y un especial regalo: el que saca del olvido y nos ofrece la imagen de entereza y de humildad sencilla y generosa de Gumersindo, aquel alcalde, hombre bueno, que junto a tantos soñó con abrir esas grandes alamedas por las que volvimos a caminar juntos, de nuevo mujeres y hombres libres, los hijos y las hijas de su pueblo, La Puebla de Almoradiel.

jueves, 1 de enero de 2009

año nuevo

No amanece radiante, angelgonzález,
la alegría del mundo que anunciaste
en el verso aquél hermoso e inspirado,
que no encuentro en este madrugar temprano
la promesa de un mañana más abril
o el anuncio de un vivir en paz y enamorado.
He puesto el café y me he preguntado
si serán hoy más felices mis hermanos
palestinos de Gaza acribillados,
si tendrán más esperanza las mujeres
capaces de dar amor, que no sumisas,
que en lugar de amor muerte reciben.
Madruga esta mañana gris y fría
de mi alcázar de inviernos azulados
de escarchas y de nieblas pertinaces:
la casa está tranquila. Todos duermen
después de celebrar el año nuevo.
Yo he tomado el café de cada día
y quisiera ser feliz a mi manera:
decirte con pasión que libres somos
y con todos y uno a uno compartir
la alborada de un mañana solidario,
de un mundo en paz y gentes que se afanan
en ser más libres, más sabias, más iguales.
En Viena se afinan ya los instrumentos
-dirige Barenboim hoy el concierto-
y anuncian en Roma al Santo Padre.
Sin noticias, aún, de la Intifada.
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